domingo, julio 02, 2006

¿Cuánto costará la camiseta argentina el sábado?

Mientras esta noche volvía a mi casa, en vípsera del partido Alemania-Argentina por el Mundial de fútbol, a bordo de un colectivo, la radio que el chofer nos obligaba a escuchar con su alto volumen convocaba a participar en concursos y sorteos por camisetas "oficiales" del seleccionado argentino. Recordé enseguida este artículo del periodista Ariel Scher, enviado especial del diario Clarín a Alemania, publicado el 29 de junio de 2006. Aclaro que la mención del sábado no significa que no tenga confianza en el equipo que dirige Néstor Pekerman. La pregunta debería ser "¿Cuánto costará la camiseta argentina al día siguiente de su eliminación en el Mundial?"

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Ganar tiene su precio

Si pudiera, Dieter haría honor ahora mismo a una frase popular y se rasgaría las vestiduras. Pero no puede: le dolería demasiado hacer flecos con la camiseta de España que hace cuatro días compró en el centro de Nuremberg por 65 euros. No le molesta seguir vestido de España, a pesar de que España ya sea un equipo eliminado del Mundial. Lo que lo lastima es otra cosa. Adelante, frente a sus ojos, casi en el mismo rincón del mismo comercio en el que hace cuatro días hizo una compra feliz, la camiseta de España continúa en venta igual de roja e igual de bonita. Apenas cambió un detalle: ahora vale 35 euros. Dieter, alemán, futbolero y de Nuremberg, masculla una bronca y se permite una frase. "El mundo es de los que ganan", dice, casi como una condena.

Destino cantado el de la camiseta de España. En estos días habían hecho procesos parecidos y sucesivos, aunque menos brutales, las de Serbia y Montenegro, Polonia, Croacia, Japón. Ocurrió algo idéntico con la de México, cuya muy buena actuación contra Argentina no bastó para zafar de la escalera descendente de los precios. Un alemán que entra al negocio después de Dieter mira, precisamente, sin fervores la camiseta abaratada de México y va en busca de un pantaloncito de Brasil. Lo paga aunque no esté ni cerca de ser una oferta. Quien sabe si ese hombre está enterado, pero él es una evidencia de esta edad de la historia en la que las victorias no son sólo victorias, sino un concepto que hace vender.

La devaluación de los derrotados impacta de formas más potentes. "Hasta ayer valían nueve euros, desde hoy valen tres o cuatro", cuenta Marco, quien ejerce de vendedor callejero frente a la catedral de San Lorenzo. No está cotizando una ropa de estación, sino las banderitas de España que permanecen a la vista, aunque sólo recibiendo indiferencias. Ante semejante escena, más de un analista político afirmaría que las naciones —y sus símbolos— están cada vez más subordinadas a la lógica del mercado.

En verdad, la lógica del mercado tiene tanto protagonismo como la lógica del juego en un Mundial. En algún sentido, un Mundial es un gran acontecimiento económico en el que durante cuarenta días hay equipos que, organizados por países, disputan partidos. En los cálculos antes de que la pelota circulara, se estimaba que los comercios minoristas alemanes conseguirían unos 2.000 millones de euros de ingresos adicionales por la venta de productos ligados al Mundial. Satisfecho con la mínima porción de esa cifra que le tocó sumar en los días de este junio, Marco trata de aprovechar hasta lo último y acepta tres euros por una bufanda naranja del eliminado Holanda que hasta el fin de semana le permitía recaudar el triple. Resignado, aclara lo que cualquier comerciante comprenderá: "Si no la vendo ahora, no la vendo más".

Es ese otro dato de mercado: en el Mundial, al juego de la cancha le faltan sus momentos más determinantes, pero el juego comercial está en su etapa final. Nuremberg, por ejemplo, sacudida de sus calmas porque fue sede de cinco partidos y porque la Selección Argentina habita cerca, en Herzogenaurach, ya funciona fuera de la geografía del torneo. Se le acabaron los partidos y se le van acabando los turistas. Y la máxima de Marco —"si no la vendo ahora, no la vendo más"— atraviesa las calles de modo evidente: buzos que costaban ocho euros con alguna referencia al Mundial, van ahora a manos de alguna señora de la ciudad por la mitad de ese dinero. Permanece, reluciente, todo lo que esté vinculado al seleccionado local, casi un movimiento económico aparte. En eso, el juego conserva un poder extraordinario: el futuro de todo ese movimiento depende de los azares de una pelota.

Y en caso de cualquier duda, hay que preguntarle a Dieter, que a las cinco de la tarde escucha las campanadas de la iglesia de San Lorenzo, se mira la camiseta de España y deja que se le escape otra frase: "Es increíble el fútbol". La pronuncia desde el alma. Y, también, desde el bolsillo.

(fin)

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