domingo, julio 02, 2006

La Guerra Santa de los curiosos

La curiosidad tiende a ser ilimitada, como el deseo. Pero para los curiosos profesionales como los periodistas, la curiosidad debe regularse y limitarse y legitimarse siempre en función del interés general que lo que se curiosea posea, afirma el periodista, escritor y filósofo Miguel Wiñazki en esta nota publicada el 27 de junio de 2006 por el portal Clarin.com

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La Guerra Santa de los curiosos

La curiosidad es el puente que nos permite ascender desde lo ordinario hacia lo extraordinario. Al menos, es así para Lewis Carroll: "Alicia se levantó de un salto, porque comprendió de golpe que ella nunca había visto un conejo con chaleco, ni con reloj que sacarse de él, y, ardiendo de curiosidad, se puso a correr tras el conejo por la pradera, y llegó justo a tiempo para ver cómo se precipitaba en una madriguera". Alicia lo siguió y se sumergió también en ese túnel, en ese pozo lleno de sorpresas, de misterios, y de prodigios. La curiosidad fue el pasaporte para que Alicia pudiera ingresar al país de las Maravillas.

La curiosidad es una pasión humana profunda y vital. Es un síntoma del deseo de vivir, que es también el deseo de ver y de oír a los demás. No es insana, no necesariamente. Querer percibir a los otros, las historias de los otros, es una forma de conocimiento, es una apertura al conocimiento real.

La curiosidad propicia el diálogo y la puesta en común de las vivencias. La curiosidad es ya la comunicación poniéndose en marcha.

Ahora bien, hay una curiosidad boba y nada más: Es ese curiosear sin intenciones de aprender, ni de vivenciar lo propiamente curioso. El túnel en el que se sumerge Alicia es "profundo", como cuenta Lewis Carroll. Es que la curiosidad es precisamente una pasión profunda que conduce a profundidades que asombran y que enseñan.

Un periodista es un curioso profesional, que trabaja para infinidad de curiosos. Porque existen los unos y los otros existen los medios.

Un periodista que no sea curioso no es periodista, sino otra cosa. Como sea, hay que diferenciar a los curiosos de los entrometidos. Estos últimos, solo interfieren y están huecos. Son los desubicados. Los curiosos como Dios manda, por el contrario, se ubican ante la realidad que los asombra y convoca para comprender y para comunicar lo que han intentado ver y comprender. (Aunque Dios, si existe, no manda nada en estos asuntos, que sólo son reflexiones en voz alta, o en voz baja pero a texto expuesto).

La curiosidad tiende a ser ilimitada, como el deseo. Pero para los curiosos profesionales como los periodistas, la curiosidad debe regularse y limitarse y legitimarse siempre en función del interés general que lo que se curiosea posea. El desafío es ser curiosos y discretos, curiosos y respetuosos, y no curiosos e indiscretos que es otra cosa.

El límite a la curiosidad periodística profesional coincide con los límites de lo público. Si se trata de cuestiones personales lo que alguien decide ocultar no debe ser permeable a la curiosidad de los curiosos, salvo claro, que se esconda un crimen, por ejemplo.

Lo público, en cambio, es un espacio abierto por definición a la curiosidad.

No habría democracia sin curiosidad, sin querer saber de qué se trata, ni tampoco medios de comunicación, ni tampoco comunicación mas allá o más acá de los medios. El juego de la democracia se contradice con el juego de las escondidas. Si se quieren esconder dimensiones de la cosa pública, los periodistas tienen la ardua tarea de desocultarlo. Es un rol vital para la salud política. Nunca es fácil. Los que esconden, saben hacerlo y suelen tener demasiados cómplices, a veces dentro mismo del mundo periodístico.

Por lo demás, desenmascarar lo enmascarado es una tarea conjunta naturalmente y no sólo del periodismo. Los periodistas no son los generales de la Guerra Santa de los curiosos. Quienes así lo creen asumen un mesianismo inconveniente y patente.

Es curioso, pero es así.

(fin)

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