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“El mercado contribuye para que no haya vanguardias artísticas”
Mucho se habló de cómo la crisis del 2001/2002, afectó la esfera cultural. ¿Qué balance puede hacerse ya con más serenidad de la producción artística marcada por esa crisis?
—Creo —y esto no sólo se refiere al ámbito cultural— que una crisis, más que traer un cambio, consolida la estructura inmediatamente anterior a ella. La crisis sirve para tocar fondo, pero también para reconstituir las estructuras de poder. Y si uno piensa en retrospectiva, por ejemplo en el teatro anterior al 2001, se advierte que era un teatro que estaba anticipando un resquebrajamiento profundo de la sociedad. Después de la crisis, los llamados autores de vanguardia volvieron a una producción más clásica, con un apartamiento de la realidad y una vuelta a modelos como Dostoievski y Chejov, mucho más literarios que reales. En la producción cultural, en general, me parece que ahora estamos en un momento más coherentemente cerrado en sí mismo que antes de la crisis. En este sentido, la Argentina comparte lo que está pasando a nivel de producción cultural en todo el mundo, asimilando los cánones privados o comerciales, porque se tiene mucho miedo de quedarse atrás. Y lo que se hace es un poco más de lo mismo.
Las obras locales que apelan a una estética cartonera y de la pobreza, ¿mantienen su potencia?
—Potente no sé, pero es una moda. Y como tal hay que tomarla como algo pasajero. Hemos logrado internacionalizar esta especie de estética de la pobreza a través de un proyecto tan grande como fue "Ex Argentina".
¿Qué rasgos tiene esa estética de la pobreza?
—En el caso específico de Argentina hay una renuncia muy grande a lo que es propiamente artístico para optar por lo que es información de la realidad. Es muy difícil juzgarlo como antiestético, porque enseguida le voy a poner un valor determinado y creo que en el arte hay una especie de crisis de valores y de evaluación. Pero es muy paradójico, cuando uno ha vivido tan de cerca un proceso, mirarlo desde el punto de vista estético solamente, porque la estética es una parte. A mí me pasó una cosa muy significativa con los diez trajes de Brukman, la fábrica recuperada, que ahora están expuestos en Berlín. En febrero los vi, y me pareció muy raro verlos ahí. Tendrían que haberme parecido comprables, invalorables, y sin embargo no les pude conferir un valor. Me pregunto quién va a comprarlos. Deberían tener un precio determinado y si se vendieran, se podría repartir el dinero con las trabajadoras que los hicieron.
¿Cómo persiste la dicotomía entre la "alta cultura" y la "cultura popular"?
—La cultura popular no pasa por el hecho de que los artistas se acerquen a la producción popular, porque la manera de producir y circular es muy distinta. Yo no creo que haya una contradicción entre cultura popular y alta cultura. Las dos existen y tienen que existir. Las dos son necesarias. Yo creo que tanto el arte popular como el alto arte están determinados por miradas y formas de circulación, pero sin que estén en franca oposición uno con otro. Porque siempre hay maneras plurales de circular y maneras de acceder. Yo no creo que el hecho de exponer dentro de un museo sea algo cuestionable; tampoco creo que el museo como institución sea algo cuestionable. Creo que antes hay que cuestionar muchas otras cosas y que el hecho de que una exposición no se entienda de manera masiva no es un defecto de esa muestra, sino que es algo intrínseco de las maneras de expresión que adquieren ciertas formas que a veces son muy difíciles de entender en un momento, pero que se entienden más adelante.
El arte está en los museos, pero circula por el mercado. ¿Está en transformación el mercado del arte?
—Transformaciones básicas no hay. A mí me parece que hay simplemente una solidificación del mercado. El mercado es muy sólido e imbatible. No hay manera de combatir el mercado, porque tiene sus propias leyes. Lo único que uno puede hacer es crear espacios de producción donde el mercado no influya, en donde el artista pueda pensar libremente y de alguna manera pueda hacer lo que en sus momentos hicieron las vanguardias, que es pensar una probable política y poner al servicio de esa probable política los modos de producción artística. En este momento tenemos muy pocos artistas concentrados en pensar nuevas maneras de articulación social, nuevas maneras de política. Por eso es muy difícil que existan vanguardias. El mercado contribuye para que no haya vanguardias artísticas, porque saca a los artistas de las necesidades sociales y los pone al servicio de la necesidad de alimentar una maquinaria. Tal vez sea injusto lo que digo, porque el artista tiene que comer y vivir. Antes estaba en manos del Estado la creación de espacios, islas salvadas del mercado, pero en este momento casi le diría que no existen.
Además, el artista tiene una necesidad simbólica básica, que es la de reconocimiento. ¿Por dónde y cómo circula ese reconocimiento?
—A mí me cuesta muchísimo hablar de criterios de valor en materia de artes plásticas. Es donde más difícil se hace establecer qué es bueno y qué es malo. Realmente yo no lo podría hacer, porque en las artes plásticas se dan ejes de mercado, pero no sé si hay ejes de valor artístico. Está clarísimo cuando una película es buena o no, cuando una novela es buena o no, cuando un poema conmueve o no. Pero con las artes plásticas es muchísimo más difícil, porque hay diferentes ejes y maneras de producción, todas absolutamente legítimas.
¿Estamos ante una normalización del gusto y de la producción artística?
—Hay una enorme normalización de la superficie. Hay una especie de discurso público que se solidifica, hay circuitos que se solidifican. En las artes plásticas locales hay un circuito que va de un centro cultural a otro, y ahí pasa todo. Hay, aproximadamente, un 30% de la población que consume, llena teatros, agota la edición de un libro y hay un espacio público que está sólido y normalizado en el sentido de que se articula con festivales de teatro y de cine, encuentros de poesía y de danza que funcionan.
Es interesante que exista esa circulación....
—Sí, pero hay una circulación en el vacío, que no cuestiona qué se está haciendo ni para qué se lo hace. Entonces, la normalidad es esa especie de circulación en el vacío, son hábitos generados por ciertas necesidades que se mantienen cuando ya se perdió la necesidad. Esa es la normalidad en el arte y en la cultura. Estamos habituados a ir al museo, al shopping, al mercado. Esa es la normalidad. En este sentido, la normalización de la gestión cultural crea un momento detrás de otro, sin preguntar para qué.
¿Qué puede aprender un artista de los movimientos sociales?
—Una de las derivaciones de la crisis del 2001 fue el proyecto de articular nuevas maneras de organización social y de solidaridad, y de crear nuevos espacios públicos donde lo político fuera posible desde un punto de vista primordial. Eso se expresó en movimientos sociales o socio territoriales. Quedan algunos remanentes, aunque es muy difícil salvarse de la presión política y de la cooptación política, porque ante un modo de producción alternativa no es la empresa la que se va a preocupar sino que es el político, porque ahí está su competencia.
La estética cartonera
"Ex Argentina" fue una investigación realizada por artistas e intelectuales acerca de los factores que condujeron a la crisis de la Argentina en su contexto internacional. El proyecto se extendió de 2002 a 2006; en esos años se realizaron coloquios, exposiciones y publicaciones en Argentina y en el exterior.
Massuh explica que "cabalgó sobre los cartoneros y puso la estética de la protesta en general en el centro. Trabajó sobre ella y sirvió para darle notoriedad y circulación. El caso argentino fue tomado como un exponente de las consecuencias que puede traer la globalización".
"Una vez que pudimos hacer la exposición en Alemania, los artistas que formaron parte de la exposición fueron invitados a viajar allá. Empezaron así a conocer artistas de otros lugares, como Rusia o Brasil. Así articularon 'La Normalidad'(2006), el proyecto que le siguió a 'Ex Argentina', donde se mostró que las privatizaciones y la ocupación del espacio público y las tierras fiscales no son endémicas de la Argentina y que nuestro caso es parte de una cadena internacional", redondea.
(fin)
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