Ellos, miles de ellos, pocas tardes reciben un premio material, pero igual tienen premio. El premio es intentar, el premio es luchar, el premio, de tanto en tanto, es poder. Una maravillosa nota de opinión del periodista (y querido amigo y compañero) Ariel Scher, publicada en el diario porteño Clarín el 21 de diciembre de 2006.
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Ellos son deportistas
Ellos no figuran en casi ninguno de los balances anuales del deporte en la Argentina.
Ellos saben de la fama sólo una cosa: es ajena.
Ellos, por ejemplo, sienten que su identidad y su corazón no estarían plenos sin los clubes medianos o pequeños a los que pertenecen desde hace años. Y, entonces, los defienden con el carné de socio que ni se rompe ni se abandona, con la energía que merecen las causas grandes y con la memoria que no se regala.
Ellos, otros ellos, son docentes mal pagos o no pagos de pibes a los que el deporte les permite tomar distancia de la nada social. Y por eso se estremecen cuando se paran delante de esos pibes y les dan clases, les arman partidos, les consiguen pelotas, los ponen ante la mirada de un médico, los ven gritar un gol.
Ellos, montones, son anónimos formadores de anónimas gentes con capacidades diferentes y, a favor de la tenacidad y en contra de los límites, encuentran en el deporte un instrumento potente para la integración y para la sonrisa.
Ellos, muchos, son ciclistas, atletas o lo que sea que van por los caminos sin que sus nombres hagan eco y sin arrimarse a los récords resonantes. Pero van igual porque pedalear, correr o lo que haga falta les provoca el sudor que generan los buenos sueños.
Ellos, más que pocos, son dirigentes que, desde la función pública o los espacios comunitarios, desafían los prejuicios generales sobre la política que signan este tiempo y tratan de que el deporte ayude a modelar una sociedad en la que los hombres no sea salvajes con los hombres. Y eso no es todo: hay días, luminosos, en que hasta lo logran.
Ellos, un ellos maravilloso, conocen desde el alma que es verdad que el deporte es una experiencia individual pero, sobre todo, es una magia colectiva. Y, con esa convicción, se baten a duelo frente a los fríos del invierno y ante los cansancios del trabajo cotidiano para reunirse, semana tras semana y mes tras mes, con los compañeros de un equipo. Y practican, y ganan, y pierden, y, en especial, juegan.
Ellos, miles de ellos, pocas tardes reciben un premio material, pero igual tienen premio. El premio es intentar, el premio es luchar, el premio, de tanto en tanto, es poder.
Ellos son mucho más que una fabulosa y conmovedora colección de desconocidos.
Ellos, todos ellos, también son el deporte argentino.
(fin)
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