jueves, octubre 19, 2006

El país de Poncio Pilatos o tolerancia con los intolerantes

Los choques entre militantes sindicales en el traslado de los restos de Juan Perón a la localidad bonaerense de San Vicente, acaecidos el 17 de octubre de 2006, han dado pie para muchos comentarios periodísticos, algunos superficiales y epidérmicos, otros más profundos y estructurales. Aquí, dos ejemplos que podrían ubicarse en el primer grupo. Ambos fueron publicados en el diario porteño Clarín el 19 de octubre de 2006, pertenecen a Ricaro Roa, editor general adjunto, y al periodista Marcelo Moreno. ¿La culpa de todo corresponderá al cadáver de Perón?

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El país de Poncio Pilatos

Por Ricardo Roa

Como suele ocurrir en estos casos, nadie fue. O, mejor dicho, fue otro. No hay ni un asomo de autorreproche: ninguno es responsable, aunque sea en parte, del vandalismo y los destrozos y heridos que dejó el nuevo entierro de Perón. Parece una broma pero es una nueva tragedia argentina.

El jefe de la CGT, Hugo Moyano, dijo que todo estuvo armado. ¿Incluso la participación de empleados de su propio sindicato en la batalla campal contra los de la UOCRA por el control del palco? La UOCRA negó a su vez y por escrito cualquier responsabilidad. Como si nadie hubiera visto la pelea o los que pelearon se hubieran puesto pecheras de ese gremio para ocultar su verdadera identidad. Pero ayer uno de sus mismos dirigentes, el "Pata" Medina, corrigió la versión: admitió el enfrentamiento, pero lo atribuyó a una provocación de los camioneros. Tampoco fueron ellos.

Dos portavoces secundarios del Gobierno, Kunkel y D'Elía, vieron a su vez la mano de Duhalde. Ya la habían visto cuando el piquetero funcionario tomó la comisaría de La Boca. El gobernador Solá, que cedió el control del acto en un lugar público a los jefes de quienes se enfrentaron salvajemente, dijo que quiere un país serio, donde rijan las leyes. Y Kirchner imaginó que todo fue preparado en su contra.

Probablemente nada supere al argumento del ex juez y ahora abogado del chofer del hijo de Moyano, que disparó a cara descubierta y al bulto y no asesinó a nadie por casualidad. Todos lo vimos agredir a los tiros. Menos el abogado, para quien Quiroz actuó por solidaridad.

La historia podrá cambiar cuando las palabras coincidan con las cosas. Y cuando las responsabilidades se asuman. La exculpación sistemática lo detiene todo y lo vuelve todo surrealista. También se podría culpar al cadáver de Perón por suscitar el desastre. Es un perfecto chivo expiatorio: está condenado a un silencio perfecto y no hablará de aquí a la eternidad. Pero eso es lo que nadie puede hacer.

(fin)

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Viveza criolla 1: tolerancia con los intolerantes

Por Marcelo A. Moreno

Las imágenes que revive la tele siguen azotándonos. Pero los sucesos de San Vicente no constituyen una casualidad. Son producto de una sociedad que si no la aplaude con entusiasmo, como en tantos casos, tolera perfectamente la prepotencia y veces, con pasmosa naturalidad, hasta la salvajada.

Entre nosotros casi todo partido de fútbol de cierta profesionalidad cuenta con la presencia de barras bravas que despliegan sus banderas y amenazas en cada encuentro. Y que cada tanto se enfrentan, entre ellas o contra la Policía, dejando un tendal.

Y cuando alguien quiere estacionar su coche donde está permitido, debe negociar con un "trapito" un precio, so pena que su apreciado vehículo termine depreciado.

Eso es lo normal. Como es normal que si hay una marcha piquetera en pleno centro de Buenos Aires, el tránsito se convierta en el infierno tan temido por unas horas, y así la protesta de unos cuantos cientos termina rompiéndoles los nervios a muchos miles.

Aquí resulta completamente aceptable que un grupo de vecinos de Gualeguaychú provoque un conflicto internacional, aún cuando sus argumentos se debiliten con cada nuevo estudio técnico neutral y aunque el país haya aceptado ir a un tribunal arbitral. Como es ya es una costumbre que una patota de la FUBA irrumpa en la asamblea de la UBA y siga impidiendo la elección del rector de la universidad más importante del país.

Y por cierto es común, corriente y tradicional que cada sindicato cuente con sus "buenos muchachos". Menos corriente es que alguno de ellos se ponga a disparar a mansalva como el horrible de San Vicente pero, bueno, todos podemos sufrir "un ataque de nervios", describió su abogado. Y, al fin y al cabo, no hubo ningún muerto, como señaló un prócer de la política.

La cortesía, las buenas maneras, el respeto, la buena onda entre nosotros suenan a ancianidades pasadas de moda. Pero en muchas culturas —¿más cultas?— funcionan como un eficaz lubricante social, que hace la vida más fácil, las relaciones más fluidas y relajadas y a la sociedad, más serena. Los argentinos, tan vivos siempre, valoramos más la autenticidad, la sinceridad, la expresión genuina de los sentimientos. Como anteayer, en San Vicente.

(fin)

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