Miles de personas respondieron el 31 de agosto de 2006 a la convocatoria del empresario Juan Carlos Blumberg, padre de un joven secuestrado y asesinado en 2004, en apoyo a sus reclamos de medidas contra la delincuencia. El acto se realizó en la Plaza de Mayo en Buenos Aires. En sus ediciones del 4 de septiembre de 2006, los diarios porteños La Nación y Página/12 publicaron dos columnas de opinión firmadas por los periodistas Adrián Ventura y Eduardo Aliverti, respectivamente. Pese a sus puntos de vista divergentes sobre el acto y Blumberg, los dos coinciden en criticar a la administración Kirchner por su política ante la inseguridad. Dos observaciones: “La rata” a la que se refiere Aliverti en su nota es el ex presidente Carlos Menem. Aliverti menciona el artículo de Eduardo Pavlovsky que te compartí el 28 de agosto de 2006.
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Un reclamo popular sin respuesta
No fue la plaza de Juan Carlos Blumberg: fue un acto de madurez ciudadana, pensado con inteligencia, mesura y humildad. Por más que algunos sospechen que Blumberg tiene aspiraciones electorales, el jueves no se vivió una instancia partidaria, ni los ciudadanos fueron detrás de una consigna política, ni intentaron construir oposición alguna, ni reclamaron una venganza irracional.
La plaza estuvo llena, pero eso no habla de un éxito de convocatoria, sino de la extensión del problema de la inseguridad, que atraviesa a todas las capas sociales. El del jueves fue un momento cívico, de personas que sacan fuerza del dolor para autoconvocarse.
El padre de Matías Bragagnolo dijo que Blumberg convocó la marcha a pedido suyo y de la madre de Matías, el adolescente asesinado por una barra de jóvenes acomodados. La Justicia no muestra premura en investigar ese crimen. La marcha nació de la injusticia. Pero el Gobierno intentó politizar el acto.
Desde micrófonos oficiales y con total liviandad se anunció una contramarcha para infundir temor. Se dijo que quienes reclaman mayor seguridad creen en la mano dura. Se tildó a los participantes de nazis genocidas y se los vinculó con los excesos del último régimen militar. Y el piquetero-funcionario Luis D Elía los acusó a ellos, a las víctimas, de ser violentos.
Nadie puede dudar de que las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, para las que el Gobierno reivindica la exclusividad de ese lugar histórico, sienten un legítimo pesar. Pero nadie tiene derecho a insultar el dolor de quienes en tiempos más recientes perdieron a sus seres queridos. Las balas no distinguen ideologías. Tanto valen las lágrimas de unos como las de otros. Y la presencia de un rabino entre los oradores fue la prueba de que las acusaciones contra los imaginarios nazis carecían de toda seriedad.
La Plaza de Mayo tampoco es territorio exclusivo de quienes adscriben a una concertación pluralista conducida hegemónicamente desde la cima del Poder Ejecutivo.
El jueves, esa Plaza de Mayo tampoco fue la plaza de los políticos. Hasta ahora, los partidos, especialmente el peronismo y el radicalismo, no supieron satisfacer el reclamo de más seguridad. Porque el problema no nació con este gobierno, sino que el descalabro tiene raíces que abrevan en la corrupción, el clientelismo, la impericia y muchos otros factores.
Anteayer, la Plaza de Mayo fue el centro de una legítima aspiración ciudadana: la gente fue a la calle sin logística alguna para reclamar por algo que es su pleno derecho: gozar de seguridad, un servicio esencial que el Estado está obligado a prestar.
El jueves, la gente recuperó, en parte, el interés cívico en buscar soluciones, un espíritu ciudadano que los partidos se empeñan en expropiarle y que sólo intentan devolverle cada dos años, para recordarle que hay elecciones y necesitan sus votos. No olvidemos el altísimo ausentismo electoral en los últimos comicios legislativos.
La inseguridad es un problema bien real, e inocultable. Con un control de precios se puede torcer un índice económico y disimular el impacto real de la inflación. Pero ninguna manipulación logra torcer los índices de delincuencia, que el Gobierno intenta ocultar como un secreto de Estado.
El mismo jueves, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, hubo una prueba cabal de la existencia del problema: Eugenio Zaffaroni, ministro de la Corte Suprema y jurista eminente, dijo durante el I Congreso Universitario sobre Inseguridad y Estado de Derecho que en nuestro país no hay una política seria en materia de seguridad.
Nadie puede imaginarse que las ideas de Zaffaroni sobre la seguridad puedan coincidir con las convicciones de Blumberg. Pero ambos concuerdan en el diagnóstico: la seguridad es una materia pendiente.
Tanto acierta Zaffaroni cuando dice que hay que profesionalizar las fuerzas de seguridad como lo hacen Blumberg y otros padres cuando reclaman mejoras que no tienen el tinte de la mano dura. Porque hay que observar que Blumberg y los padres, cuando leyeron su petitorio, no incluyeron propuestas de mano dura, sino puntos elementales para una acertada política criminal.
Blumberg y otros padres que estuvieron en el escenario no son de la misma extracción social, pero comparten el dolor y el temor. Superando sus propias broncas, reclamaron urbanizar villas de emergencia, crear institutos de menores y cárceles que contengan a quienes allí están internados, y que se supervise a quienes gozan de libertad condicional.
¿Acaso un progresista no compartiría estos reclamos?
Pero aun cuando el petitorio de Blumberg incluya puntos desacertados -algunos de éstos, como elevar las penas, ya fueron aprobados por el Congreso sin que ello trajera mejora alguna-, no es misión de los ciudadanos dar soluciones. Los ciudadanos tienen derecho a peticionar y reclamar ante las autoridades, y pueden hacerlo con aciertos y con errores.
La marcha a Plaza de Mayo fue la libre expresión de un problema, una manifestación cívica. La tarea de darle una respuesta a ese problema -y no cualquier respuesta, sino la acertada- es del Gobierno. Este, cuando intentó desprestigiar a quienes concurrieron a la convocatoria de Blumberg, procuró, en realidad, evitar que ese referente social indiscutido se convirtiera en un referente político que pueda disputarle en la arena electoral algún cargo.
El Gobierno reaccionó, así, con la miopía del corto plazo electoral, pero al hacerlo minimizó la importancia del problema. Lo deja sin resolver. Y así le da la espalda a la ciudadanía.
Por Adrián Ventura
(fin)
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Dos formas de ver a Blumberg
La del instrumento Blumberg fue una manifestación muy considerable, y dejaremos de lado su composición. Nos quedaremos, simplemente, con que se trató de mucha gente. Tanta, más, mucha o muchísima más gente que la que le alcanza a la izquierda, al kirchnerismo o a los movimientos sociales orgánicos para decir que el pueblo se volcó a las calles; o que fue un signo de que la esperanza está viva, o cualquiera de esos eslóganes.
Sí cabe atender de entrada a que el número de participantes fue el que fue a pesar de que el Gobierno intentó disuadir a los participantes mediante el recurso de infundir miedo. Los vecinos sensibles desbordaron la Plaza. Pero sólo seguimos hablando de números (aunque, cuando un número como ése sale a la calle con consignas de izquierda, la derecha compara las decenas de miles con los millones que se quedaron en sus casas; ahora podría aplicársele a la derecha su propia medicina: ¿cuánta gente salió por Blumberg?, ¿40 mil, 70 mil, 100 mil? Los miles que se quiera, ¿cuántos son cotejados con un área geográfica donde habitan alrededor de 12 millones de personas? Chicana barata, ¿no? Porque la cosa es la potencia representativa que se demuestra a través de un sector activo, y nunca la comparación numérica seca. A tragarse esa píldora).
Otra tentación es caer, justamente, en los aspectos frívolos de las convocatorias del jueves. En los errores garrafales de un gobierno que, gracias a los raptos kirchneristas de setentismo culposo, le sirve los argumentos al enemigo. En cómo se sirven en bandeja al apetito de los medios. La bravuconada de D’Elía, la inconcebible ingenuidad de Pérez Esquivel, el insólito error del Gobierno agrandando la figura del instrumento Blumberg son cuestiones periodísticamente atractivas pero políticamente secundarias. En definitiva, lo del jueves fue importante pero por razones contrarias a las que se esgrimen.
El éxito del instrumento Blumberg es pírrico. Llenó la Plaza pero, de ahora en adelante, sólo le queda ser candidato o adherir a un partido. El mismo lo dijo, en su “apolítica” marcha: “Tenemos la fuerza del voto”. ¿El voto a quién, ingeniero? La masa que lo siguió es un coro que reclama mano dura, que en buena medida extraña a los milicos y que viene conformándose con la sensibilidad que le genera un tipo enfurecido por su tragedia personal, fotografiado inevitablemente con carpetas varias que le parecen, a esa masa, el símbolo de una política y unos políticos que no le dan pelota a “la gente”. Esa misma gente que fue a la Plaza lo quiere a Blumberg candidato y será la misma que, cuando Blumberg se decida de modo oficial, habrá de exigirle ser confiable para gobernar. Y Blumberg no podrá mostrar más que su tragedia. Igual que Macri. Que, tanto como Blumberg solamente desde su tragedia, es casi lo único que se les ocurre para jugar como éxito probable. Tuvieron que jugarlo a Macri, un empresario nene de papá, porque no les queda ningún dirigente político de fuste. Muerta la rata y herido de gravedad el discurso neoliberal, se les acabó la imaginación. No tienen cuadros y la carta que les queda –salvo la viscosidad de Lavagna– es una figura, Macri, que tiene problemas para conjugar sujeto, verbo y predicado. Blumberg es otro tanto. Su único atractivo deviene de su horrible drama y de la fuerza anímica que demostró y demuestra. Pero, a la hora de los bifes electorales, la gente que lo sigue querrá saber si además de carpetas y de la foto de su hijo asesinado tiene con qué asegurar los intereses de la clase que representa. O de la clase media que quisiera ser la clase que representa Blumberg. El biotipo de los que el jueves llenaron la Plaza es una gente que se pregunta por las inversiones extranjeras, la estabilidad del dólar y, sobre todo, la capacidad para controlar a los negros. Sentido en el cual Blumberg no es un tipo pobre, pero sí un pobre tipo. Igual que Macri en su rango. Blumberg llenó de velas la Plaza de Mayo pero el problema que tiene, él y el imaginario que representa, es que las velas ésas son capaces de terminar votando a Kirchner o a Cristina en tanto sean los mejores garantes de la estabilidad económica. Lo que les importa es un papá, macho o hembra. Y Blumberg no está en condiciones de ser eso. Tiene la foto del hijo, nada más. Y la gente que sigue a Blumberg llega hasta salir con la vela, no hasta formar una fuerza política. Más otro dato clave: Blumberg es un fenómeno porteño y gran bonaerense. Nada menos, pero nada más.
El Gobierno está montado en ese convencimiento y entonces otea tranquilo el horizonte de corto y mediano plazo, con lo cual comete otro error garrafal. Asume una postura casi autista y relega que la inseguridad es un problema no sólo real, sino asumido como tal y principal por la mayoría de la población. Su cálculo es meramente electoral y pierde de vista, con una irresponsabilidad atroz, lo que podría estar incubándose más allá de las posibilidades comiciales del instrumento Blumberg. Este gobierno, estructuralmente, no ha modificado ninguno de los pilares que sostienen al modelo de exclusión. Su mirada no alcanza al largo plazo y su día a día llega, como mucho, hasta las elecciones del año que viene. Como advierte Eduardo Pavlovsky, el hambre no se computa. Al igual que el crecimiento de las villas, de la droga, de la marginación.
Si desea mirárselo así, el jueves no pasó nada. La derecha política, hoy por hoy, no tiene más que esos miles portando velas en nombre del sexo de los ángeles (porque, acordemos, salir a la calle en contra de la inseguridad es como hacerlo a favor del amor). Pero si se tiene la responsabilidad de elevar esa mirada, en vez de sacar cálculos numéricos, lo que pasó es peligroso. Son dos formas de ver las cosas, que en cierto sentido no son contradictorias. Una electoral y otra social. Para la primera, la única militancia de esta gente es cantar “Color Esperanza” y son como los ahorristas del 2001, que en cuanto arreglaron con los bancos se volvieron a sus casas. Para la segunda, eso es nada más que por ahora porque van construyendo necesidad de resolver las cosas a los tiros.
El punto es: ¿en este país alguien piensa más allá del por ahora?
Por Eduardo Aliverti
(fin)
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