El periodista Marcelo Moreno compara en esta columna publicada el 6 de mayo de 2006 en el diario Clarín, de Buenos Aires, las sociedades española y argentina.
Una realidad más justa que la nuestra
Viajo por sociedades más justas, más relajadas e incomparablemente más igualitarias que la nuestra.
Sociedades, como algunas de las españolas, en que las relaciones sociales resultan más suaves, menos chocantes.
Donde no hay permanentes chirridos, chillidos y aullidos entre los actores sociales.
Claro que en las ciudades españolas no sale cada noche un ejército de menesterosos a hurgar "tesoros" de los tachos de basura. Sí, en cambio, un buen número de gente a prolongar la noche en una fiesta que no termina.
En las sociedades por las que viajo tampoco hay noticias sobre el hambre o la desnutrición, al menos que provengan de otras tierras.
En estas urbes monumentales y antiguas —que conocieron todo tipo de privación hace apenas poco más de medio siglo— las ventanillas de los BMW no son hurgadas por las manos de los chicos de la calle en busca de una moneda.
Y, por cierto, horrores tan frecuentes en nuestra dulce Argentina como la prostitución infantil, sencillamente no existen.
Lo que no parece decididamente tener lugar en estas regiones plácidas es el salvajismo.
Las noticias policiales son muy escasas y, en general, se refieren a cuestiones pasionales y violen cia de género. Y la Policía trabaja y bien, de Policía, casi sin lugar a dudas.
Desde luego no faltan algunos conflictos y urgencias: desde la ETA hasta el tema de las autonomías, pasando por las pateras que llegan casi diariamente a las costas españolas cargadas de desdichados africanos ilegales.
O el tema del tránsito y cómo manejan los automovilistas: en el fin de semana largo del primero de mayo hubo más de 100 muertos en las rutas ibéricas.
Pero camino por ciudades en las que las casas carecen de rejas y alambres y en los que los guardias de seguridad o guardaespaldas son cosa sofisticada de los ricos y famosos y no el mayor ejército con que cuenta el país.
Sociedades donde no se vive en alerta, cuidando de las cosas y la gente, como un animal salvaje que intuye, prevé, imagina peligros a cada paso, en cualquier parte.
Sociedades donde la calle es de todos. Y se puede gozar de ella —de la inapreciable variedad que sólo obsequia el espacio público— sin temores, suspicacias o paranoias.
Como aquella Buenos Aires no tan antigua en que los abuelos en los barrios sacaban por la tardecita sus sillas de paja a la puerta y se sentaban en ellas para "ver pasar a la gente".
Con los nietos jugando por ahí, sin más peligros que el de saltarse el cordón de la vereda.
Sociedades en que la riqueza de algunos no suponía un insulto a la miseria de tantos. Algo así como empieza Mario Vargas Llosa su catedraleticia novela "Conversación en la Catedral": ¿Cuándo se jodió la Argentina, Varguitas?
(fin)
domingo, junio 18, 2006
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