martes, marzo 31, 2009

El obsesivo de la democracia


Me acabo de enterar de la muerte de Raúl Alfonsín. Con él se va una parte de mi vida, la que va de 1983 a 1989. Fui a algunos de sus reuniones proselitistas de 1983, incluyendo el famoso acto en la avenida 9 de Julio, y también en la tristemente inolvidable Semana Santa de 1985, por contar algunas de las vueltas de la vida que me vinculan con este hombre. Esta nota de Soledad Gallego Díaz, publicada en el diario español El País el 1 de abril de 2009, refleja bien lo que pienso de él.

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Raúl Alfonsín, el ex presidente que sentó en el banquillo a los 15 jefes militares que protagonizaron la feroz dictadura argentina, acusados de 30.000 asesinatos y desapariciones, falleció ayer, a los 82 años, en su domicilio de Buenos Aires. Alfonsin padecía un cáncer de pulmón, pero su larga enfermedad no suavizó la conmoción que han sufrido todos los sectores sociales, políticos e intelectuales del país.

Alfonsin, el único presidente de la democracia argentina que no ha tenido que vérselas en los tribunales por acusaciones de corrupción, recibió en los últimos años de su vida el respeto de casi todas las facciones políticas, que le reconocieron finalmente su enorme tarea para asentar la democracia en momentos muy difíciles y su extraordinaria honestidad personal.

Tres hechos definen la personalidad y la trayectoria de este abogado y político radical, que ganó las elecciones en 1983 y tuvo que hacerse cargo de un país arrasado económica y moralmente. En plena dictadura militar, Alfonsín ayudó a fundar la Asamblea Permanente en Defensa de los Derechos Humanos y se hizo cargo de multitud de casos de desaparecidos. El fue también uno de los poquísimos políticos argentinos que en 1982, en medio de la euforia general por la "recuperación" de las Malvinas, se negó a participar en un acto "patriótico" organizado por los militares en las islas. Para él, aquella guerra fue "una aventura demencial".

Recién elegido presidente de la República (eran las primeras elecciones celebradas después de la muerte del General Perón, en 1974, y de los casi ocho años de dictadura), Alfonsín puso en marcha una Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, presidida por el escritor Ernesto Sábato, que elaboró el impresionante informe "Nunca Más". Gracias a aquel trabajo, el presidente de Argentina, en un hecho inédito no solo en América Latina, sino también en el resto del mundo, acusó formalmente a quince altos mandos de las Fuerzas Armadas por los crímenes cometidos. Los integrantes de la Junta Militar recibieron cadena perpetua. Era la primera vez que los responsables de un golpe militar no se iban tranquilamente a sus casas, a disfrutar de sus pensiones y rapiñas.

La operación de limpieza de las terribles Fuerzas Armadas no pudo proseguir en otros niveles, porque, sometido a una intensa presión y a dos rebeliones, (los carapintadas), Alfonsin se vio obligado a dictar la muy criticada Ley de Punto Final y de Obediencia Debida, que dejó en la calle a decenas de oficiales de menor rango, igualmente asesinos.

Sus mayores errores, sin embargo, se produjeron en el área económica, donde no supo hacer frente a una dura crisis, que se sumó al lastimoso estado de la industria que había heredado de la dictadura. Agobiado por una espiral de hiperinflación, por el permanente acoso de los peronistas y de los sindicatos, que sacaron a la calle a los ciudadanos y le organizaron ocho huelgas generales (cuando no habían convocado ninguna durante la dictadura), Alfonsin entregó el poder, cinco meses antes de acabar su mandato, al peronista Carlos Menem. Por primera vez, Argentina era escenario de un traspaso democrático y legal del poder.

"Le voté, luego le critiqué y ahora me arrepiento". La frase, de unas de las cientos personas que llamaron ayer a las radios argentinas para expresar su homenaje a Alfonsín, refleja bien el sentir, ayer, de muchos argentinos. Pese a todos los errores, el ex presidente es en la memoria de los argentinos el símbolo de la democracia y la honestidad política. "No se ha resaltado suficientemente que Raul Alfonsín, el político más importante de la democracia argentina, fue un hombre de consenso, que estimaba por encima de todo la defensa de la democracia y el diálogo", explica Joaquín Morales Sola, uno de los más comentaristas políticos, más famosos y apreciados del pais. Morales recuerda la frase de Alfonsín, "La política, cuándo no es dialogo termina siendo violencia" como definitoria de su personalidad. "Su muerte", asegura Morales Solá, "quizás sirva para recordar que una sociedad no puede vivir permanentemente en la crispación y el enfrentamiento, como sucede ahora".

Alfonsin fue efectivamente un hombre de dialogo y de paz (promovió el decisivo tratado con Chile sobre el Canal Beagle) y un decidido partidario de la unificación latinoamericana (fue uno de los creadores de Mercosur). "La democracia", decía, "es un proyecto de largo plazo. No importa como me juzgue a mi la historia. Lo que importa es que haya ayudado a salvaguardar la democracia". Esa fue su obsesión.

(fin)

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