Se necesita un presidente audaz
Thomas L. Friedman. The New York Times.
(Nueva York). Por un día, por una hora, hagamos una reverencia ante nuestro país. Casi 233 años después de su fundación, 144 años después de la finalización de nuestra guerra civil y 46 años después del discurso "Yo tengo un sueño", de Martin Luther King, esta loca mezcla de inmigrantes llamados estadounidenses finalmente eligieron a un hombre negro, Barack Hussein Obama, presidente.
Cuando regresaba a pie de la ceremonia de asunción vi a un vendedor callejero afroamericano que usaba una remera con una inscripción casera que resumía muy bien el momento.
Decía "Misión cumplida".
Pero no podemos permitir que éste sea el último molde que rompamos y, mucho menos, que ésta sea la última misión que cumplamos. Ahora que hemos superado la biografía debemos escribir un poco de historia nueva, una historia que reinicie, reviva y revigorice a Estados Unidos. Esa, para mí, fue la esencia del discurso inaugural de Obama y espero que nosotros -y él- estemos a la altura del desafío.
De hecho, diría, espero que Obama haya sido compinche todos estos años de ese viejo radical de Chicago, Bill Ayers. En realidad, espero que Obama sea un radical encubierto.
No un radical de izquierda ni de derecha, sino tan sólo un radical, porque éste es un momento radical. Es un momento para apartarse radicalmente de cómo se vienen haciendo las cosas en muchas áreas.
Ya no podemos crecer como país apoyándonos en nuestra reputación, mientras posponemos soluciones de todos los grandes problemas que nos exigirían esfuerzo y nos decimos que las nuevas iniciativas drásticas -como un impuesto a los combustibles, el seguro nacional de salud o la reforma bancaria- son demasiado duras o no están en la mesa de negociación.
Entonces, mi más ferviente esperanza es que Obama sea tan radical como este momento, y ponga todo sobre la mesa.
Las oportunidades para iniciativas audaces y verdaderos nuevos comienzos son raras en nuestro sistema.
Primero, por la inercia y el estancamiento que establece nuestra Constitución. Segundo, por la manera en que los lobbistas, los ciclos de 24 horas de noticias y una campaña presidencial permanente conspiran para paralizar los grandes cambios.
"El sistema está construido para que funcione en punto muerto", dijo Michael J. Sandel, de la Universidad de Harvard. "En épocas normales, la energía y el dinamismo de la vida estadounidense residen en la economía y la sociedad, y la gente ve al gobierno con sospecha o indiferencia", dijo.
"Pero en épocas de crisis los estadounidenses esperan que el gobierno resuelva los problemas fundamentales que los afectan directamente. Esas son las épocas en que los presidentes pueden hacer grandes cosas. Son momentos muy escasos", añadió.
En la década del 30, la Gran Depresión le permitió a Franklin Delano Roosevelt lanzar el New Deal y redefinir el papel del gobierno federal. En la década del 60, el asesinato de John F. Kennedy y el "fermento moral del movimiento de derechos civiles" le permitió a Lyndon Johnson poner en vigor su agenda social, que incluía Medicare, la ley de derechos civiles y la ley de derecho al sufragio.
"Estas presidencias hicieron mucho más que promulgar nuevas leyes -dijo Sandel-. Reescribieron el contrato social y redefinieron lo que significa ser un ciudadano. La presidencia de Obama podría tener consecuencias similares."
George W. Bush desperdició totalmente el momento que tuvo después del 11 de Septiembre, porque no convocó al país a una nueva reconstrucción nacional. Eso nos deja con algunos agujeros muy profundos.
Por eso yo, como votante, espero que Obama batee con fuerza, más allá de los cercos. Pero también tiene que correr todas las bases. George Bush bateó alto y fuerte algunas veces, pero casi siempre falló en la característica más básica del liderazgo: la gestión competente y el seguimiento.
Obama tendrá que decidir cuántas pelotas batear a la vez. Es muy temprano para decir cuáles y cuántas serán. Pero sí sé esto: aunque es terrible desperdiciar una crisis, también es terrible que se desperdicie un gran político con un don natural para la oratoria, el raro talento de convocar y reunir a la gente. E igualmente terrible es desperdiciar una nación (particularmente sus jóvenes) dispuesta a ser convocada y a trabajar.
Es imposible no vislumbrar que el hecho de que hayamos elegido a un hombre negro como presidente implica una diferencia radical respecto de nuestro pasado. También es imposible no ver hasta qué punto nuestro futuro depende de un alejamiento radical con respecto a nuestro presente.
Debemos trabajar sobre nuestro país y sobre nuestro planeta de maneras completamente nuevas. Es tarde, el proyecto no podría ser más difícil, lo que está en juego no podría ser más importante y la recompensa no podría ser mayor.
Thomas L. Friedman. The New York Times.
(Nueva York). Por un día, por una hora, hagamos una reverencia ante nuestro país. Casi 233 años después de su fundación, 144 años después de la finalización de nuestra guerra civil y 46 años después del discurso "Yo tengo un sueño", de Martin Luther King, esta loca mezcla de inmigrantes llamados estadounidenses finalmente eligieron a un hombre negro, Barack Hussein Obama, presidente.
Cuando regresaba a pie de la ceremonia de asunción vi a un vendedor callejero afroamericano que usaba una remera con una inscripción casera que resumía muy bien el momento.
Decía "Misión cumplida".
Pero no podemos permitir que éste sea el último molde que rompamos y, mucho menos, que ésta sea la última misión que cumplamos. Ahora que hemos superado la biografía debemos escribir un poco de historia nueva, una historia que reinicie, reviva y revigorice a Estados Unidos. Esa, para mí, fue la esencia del discurso inaugural de Obama y espero que nosotros -y él- estemos a la altura del desafío.
De hecho, diría, espero que Obama haya sido compinche todos estos años de ese viejo radical de Chicago, Bill Ayers. En realidad, espero que Obama sea un radical encubierto.
No un radical de izquierda ni de derecha, sino tan sólo un radical, porque éste es un momento radical. Es un momento para apartarse radicalmente de cómo se vienen haciendo las cosas en muchas áreas.
Ya no podemos crecer como país apoyándonos en nuestra reputación, mientras posponemos soluciones de todos los grandes problemas que nos exigirían esfuerzo y nos decimos que las nuevas iniciativas drásticas -como un impuesto a los combustibles, el seguro nacional de salud o la reforma bancaria- son demasiado duras o no están en la mesa de negociación.
Entonces, mi más ferviente esperanza es que Obama sea tan radical como este momento, y ponga todo sobre la mesa.
Las oportunidades para iniciativas audaces y verdaderos nuevos comienzos son raras en nuestro sistema.
Primero, por la inercia y el estancamiento que establece nuestra Constitución. Segundo, por la manera en que los lobbistas, los ciclos de 24 horas de noticias y una campaña presidencial permanente conspiran para paralizar los grandes cambios.
"El sistema está construido para que funcione en punto muerto", dijo Michael J. Sandel, de la Universidad de Harvard. "En épocas normales, la energía y el dinamismo de la vida estadounidense residen en la economía y la sociedad, y la gente ve al gobierno con sospecha o indiferencia", dijo.
"Pero en épocas de crisis los estadounidenses esperan que el gobierno resuelva los problemas fundamentales que los afectan directamente. Esas son las épocas en que los presidentes pueden hacer grandes cosas. Son momentos muy escasos", añadió.
En la década del 30, la Gran Depresión le permitió a Franklin Delano Roosevelt lanzar el New Deal y redefinir el papel del gobierno federal. En la década del 60, el asesinato de John F. Kennedy y el "fermento moral del movimiento de derechos civiles" le permitió a Lyndon Johnson poner en vigor su agenda social, que incluía Medicare, la ley de derechos civiles y la ley de derecho al sufragio.
"Estas presidencias hicieron mucho más que promulgar nuevas leyes -dijo Sandel-. Reescribieron el contrato social y redefinieron lo que significa ser un ciudadano. La presidencia de Obama podría tener consecuencias similares."
George W. Bush desperdició totalmente el momento que tuvo después del 11 de Septiembre, porque no convocó al país a una nueva reconstrucción nacional. Eso nos deja con algunos agujeros muy profundos.
Por eso yo, como votante, espero que Obama batee con fuerza, más allá de los cercos. Pero también tiene que correr todas las bases. George Bush bateó alto y fuerte algunas veces, pero casi siempre falló en la característica más básica del liderazgo: la gestión competente y el seguimiento.
Obama tendrá que decidir cuántas pelotas batear a la vez. Es muy temprano para decir cuáles y cuántas serán. Pero sí sé esto: aunque es terrible desperdiciar una crisis, también es terrible que se desperdicie un gran político con un don natural para la oratoria, el raro talento de convocar y reunir a la gente. E igualmente terrible es desperdiciar una nación (particularmente sus jóvenes) dispuesta a ser convocada y a trabajar.
Es imposible no vislumbrar que el hecho de que hayamos elegido a un hombre negro como presidente implica una diferencia radical respecto de nuestro pasado. También es imposible no ver hasta qué punto nuestro futuro depende de un alejamiento radical con respecto a nuestro presente.
Debemos trabajar sobre nuestro país y sobre nuestro planeta de maneras completamente nuevas. Es tarde, el proyecto no podría ser más difícil, lo que está en juego no podría ser más importante y la recompensa no podría ser mayor.
Gatopardismo imperial
Atilio A. Borón, agencia ANC-UTPBA.
(Buenos Aires). Por finalmente llegó el gran día. Toda la prensa mundial no hace sino hablar de la nueva era abierta con el acceso de Barack Obama a la Casa Blanca. Esto confirma los pesimistas pronósticos acerca del retrógrado papel que cumplen los medios del establishment al profundizar, con las ilusiones y los engaños de su propaganda, la indefensión de la “sociedad del espectáculo”, una forma involucionada de lo social donde el nivel intelectual de grandes segmentos de la población es rebajado sistemáticamente mediante su cuidadosa des-educación y desinformación. La agobiante “obamamanía” actual es un magnífico ejemplo de ello.
Obama llegó a la presidencia diciendo que representaba el cambio. Pero los indicios que surgen de la conformación de su equipo y de sus diversas declaraciones revelan que si hay algo que va a primar en su administración será la continuidad y no el cambio. Habrá algunos, sin duda, pero serán marginales, en algunos casos cosméticos y nunca de fondo. El problema es que la sociedad norteamericana, especialmente en el contexto de la formidable crisis económica en que se debate, necesita cambios de fondo, y éstos requieren algo más que simpatía o elocuencia discursiva. Hay que luchar contra adversarios ricos y poderosos, y nada indica que Obama esté siquiera remotamente dispuesto a considerar tal eventualidad. Veamos algunos ejemplos.
¿Cambio, designando como jefe de su Consejo de Asesores Económicos a Lawrence Summers, ex secretario del Tesoro de Bill Clinton y artífice de la inaudita desregulación financiera de los noventa causante de la crisis actual? ¿Cambio, ratificando al secretario de Defensa designado por George W. Bush, Robert Gates, para conducir la “guerra contra el terrorismo” por ahora escenificada en Irak y Afganistán? ¿Cambio, con personajes como el propio Gates, o Hillary Clinton, que apoyaron sin ambages la reactivación de la Cuarta Flota destinada a disuadir a los pueblos latinoamericanos y caribeños de antagonizar los intereses y los deseos del imperio? En su audiencia ante el Senado, Clinton dijo que la nueva administración de Obama debería tener “una agenda positiva” para la región para contrarrestar “el temor propagado por Chávez y Evo Morales”.
Seguramente se referiría al temor a superar el analfabetismo o a terminar con la falta total de atención médica, o al temor que generan las continuas consultas electorales de gobiernos como el de Venezuela o Bolivia, mucho más democráticos que el de Estados Unidos en donde todavía existe una institución tan tramposa como el colegio electoral, que hace posible, como ocurriera en el 2000, que George W. Bush derrotara en ese antidemocrático ámbito al candidato que había obtenido la mayoría del voto popular, Al Gore. ¿Puede esta Secretaria de Estado representar algún cambio?
¿Cambio, producido por un líder político que quedó encerrado en un estruendoso mutismo ante el brutal genocidio perpetrado en Gaza? ¿Qué autoridad moral tiene para cambiar algo quien actuó de ese modo? ¿Cómo suponer que representa un cambio una persona que dice, como lamentablemente lo hizo Obama hace apenas un par de días a la cadena televisiva Univisión, que “Chávez ha sido una fuerza que ha impedido el progreso de la región, (...) Venezuela está exportando actividades terroristas y respalda a entidades como las FARC”?
Tamaño exabrupto y semejantes mentiras no pueden alimentar la más mínima esperanza y confirma las prevenciones que suscita el hecho de que uno de sus principales consejeros sobre América latina sea el abogado Greg Craig, asesor de la inefable Madeleine Albright, ex secretaria de Estado de Bill Clinton, la misma que dijera que las sanciones en contra de Irak luego de la Primera Guerra del Golfo (que costaron entre medio millón y un millón y medio de vidas, predominantemente de niños) “valieron la pena”.
Craig, además, tiene como uno de sus clientes a Gonzalo Sánchez de Lozada, cuya extradición a Bolivia está siendo solicitada por el gobierno de Evo Morales para juzgarlo por la salvaje represión de las grandes insurrecciones populares del 2003 que dejaron un saldo de 65 muertos y centenares de heridos. Sus credenciales son, por lo visto, inmejorables para producir el tan deseado cambio.
En esa misma entrevista, Obama se manifestó dispuesto a “suavizar las restricciones a los viajes y al envío de remesas a Cuba”, pero aclaró que no contempla poner fin al embargo decretado en contra de Cuba en 1962. Agregó además que podría sentarse a dialogar con el presidente Raúl Castro siempre y cuando “La Habana se muestre dispuesta a desarrollar las libertades personales en la isla”. En fin, la misma cantinela reaccionaria de siempre. Un caso de gatopardismo de pura cepa: algo tiene que cambiar, en este caso el color de la piel, para que nada cambie en el imperio.
.-.-.-
Las cosas por su nombre
Robert Fisk. The Independent, Londres, Reino Unido. Página/12, Buenos Aires.
Quizá hubiese sido útil que Obama hablara de lo que todo el mundo está hablando en Medio Oriente. Parece que faltó coraje. No, no se trata del retiro de las tropas de Irak, eso ya se sabe. Por supuesto que mencionó a “civiles masacrados”, pero esto no era precisamente lo que los árabes tenían en mente. Lo que había que hacer era llamar a las cosas por su nombre y, sin más, referirse al conflicto de Gaza.
Claro que, para ser honestos, llamó a Mahmud Abbas. Tal vez Obama piense que él es líder de los palestinos, pero como todo árabe sabe, a excepción quizás del Sr. Abbas, este hombre lo único que lidera es un gobierno fantasma, asimilable a un cuerpo que agoniza y que sólo se mantiene con vida gracias a las transfusiones de sangre que le brinda la “comunidad internacional”. Además, por supuesto, Obama hizo la llamada obligada a los israelíes.
Pero para los pueblos de Medio Oriente, si hubo algo que ensombreció el discurso inaugural del nuevo presidente norteamericano fue justamente la ausencia en su discurso de las palabras “Gaza” e “Israel”. ¿Acaso no le importó? ¿Tuvo miedo? ¿Es que el muchacho que le escribe los discursos a Obama no se dio cuenta de que el hecho de hacer hablar a su jefe de por qué a los negros no les servían un plato de comida en ciertos restaurantes hace 60 años en Estados Unidos iba a hacer pensar a los árabes en un pueblo actualmente discriminado y masacrado sólo por votar a la “gente equivocada”? Demasiados cuerpos muertos yacen en Gaza como para que la cuestión no haya estado presente en ese discurso. Imposible no verlos.
Por eso, por más distancia que el nuevo presidente haya tratado de poner en su discurso con el régimen corrupto al cual reemplazó, demasiados ecos sonaron en el ambiente, como si los atentados del 11 de septiembre hubiesen ocurrido ayer. En consecuencia, tuvimos que recordar, por ejemplo, cómo “heroicos bomberos lucharon contra las cortinas de humo que bajaban por las escaleras”.
Si bien es cierto que para los árabes frases del tipo “nuestra nación está en guerra con una red de violencia y odio de alcance mundial” remite puramente a Bush, el hecho de que Obama haya hecho referencia al “terror”, esa palabra tan usada por Bush y los israelíes, fue un signo preocupante de que todavía no captó el mensaje. De ahí que, por ejemplo, lo hayamos visto hablando de cómo, a pesar de la fuerza de los talibán y las masacres que cometen, “no nos vencerán”. ¿Les suena? En cuanto a sus menciones de “aquellos corruptos que pretenden acallar la disidencia”, frase que supuestamente aludía a Irán, lo cierto es que en el imaginario árabe esas características seguramente remitan a líderes como Hosni Mubarak en Egipto (quien por cierto también recibió una llamada de Obama), el rey Abdallah de Arabia Saudita y toda esa clase de autócratas que se la pasan cortando cabezas pero que son, claro, los aliados de Estados Unidos en la región.
Hanan Ashrawi lo entendió bien. Los cambios que hacen falta en Medio Oriente, es decir, justicia para los palestinos, seguridad para éstos y para los israelíes, el fin de la construcción de los asentamientos para judíos en Cisjordania, el fin de toda violencia, tienen que ser inmediatos. Y, si acaso el tibio nombramiento de George Mitchell como enviado para la región estaba destinado a satisfacer estas demandas, por ahora no alcanza. Ni de cerca.
El mensaje amigable destinado a los musulmanes que evocó la necesidad de encontrar un nuevo enfoque para relacionarse basado en los intereses y el respeto mutuos, simplemente no ilustra ni remite bajo ningún concepto a las imágenes del baño de sangre que tuvo lugar en Gaza durante las últimas semanas. Sí, los países árabes y muchos otros alrededor del mundo pueden regocijarse de que la era Bush haya terminado y Guantánamo se vaya a cerrar. Pero, ¿serán juzgados los torturadores de Bush y de Rumsfeld? ¿O serán discretamente cambiados de lugar de trabajo hacia alguno donde no tengan que calzarse el instrumental de tortura y escuchar a la gente gritar de dolor?
Bueno, después de todo, hay que darle una oportunidad a la nueva administración. Quizá Mitchell hable con Hamas, él es nuevo y puede hacerlo, ¿pero qué tendrán para decir los ya probados fracasos como Denis Ross, Rahm Emmanuel, Robert Gates o Hillary Clinton? Todo el mundo notó la ausencia de esas dos palabras, Palestina e Israel. Parece que eran dos papas demasiado calientes para agarrar en un día tan helado en Washington, en el que Obama ni siquiera estaba usando guantes.
Atilio A. Borón, agencia ANC-UTPBA.
(Buenos Aires). Por finalmente llegó el gran día. Toda la prensa mundial no hace sino hablar de la nueva era abierta con el acceso de Barack Obama a la Casa Blanca. Esto confirma los pesimistas pronósticos acerca del retrógrado papel que cumplen los medios del establishment al profundizar, con las ilusiones y los engaños de su propaganda, la indefensión de la “sociedad del espectáculo”, una forma involucionada de lo social donde el nivel intelectual de grandes segmentos de la población es rebajado sistemáticamente mediante su cuidadosa des-educación y desinformación. La agobiante “obamamanía” actual es un magnífico ejemplo de ello.
Obama llegó a la presidencia diciendo que representaba el cambio. Pero los indicios que surgen de la conformación de su equipo y de sus diversas declaraciones revelan que si hay algo que va a primar en su administración será la continuidad y no el cambio. Habrá algunos, sin duda, pero serán marginales, en algunos casos cosméticos y nunca de fondo. El problema es que la sociedad norteamericana, especialmente en el contexto de la formidable crisis económica en que se debate, necesita cambios de fondo, y éstos requieren algo más que simpatía o elocuencia discursiva. Hay que luchar contra adversarios ricos y poderosos, y nada indica que Obama esté siquiera remotamente dispuesto a considerar tal eventualidad. Veamos algunos ejemplos.
¿Cambio, designando como jefe de su Consejo de Asesores Económicos a Lawrence Summers, ex secretario del Tesoro de Bill Clinton y artífice de la inaudita desregulación financiera de los noventa causante de la crisis actual? ¿Cambio, ratificando al secretario de Defensa designado por George W. Bush, Robert Gates, para conducir la “guerra contra el terrorismo” por ahora escenificada en Irak y Afganistán? ¿Cambio, con personajes como el propio Gates, o Hillary Clinton, que apoyaron sin ambages la reactivación de la Cuarta Flota destinada a disuadir a los pueblos latinoamericanos y caribeños de antagonizar los intereses y los deseos del imperio? En su audiencia ante el Senado, Clinton dijo que la nueva administración de Obama debería tener “una agenda positiva” para la región para contrarrestar “el temor propagado por Chávez y Evo Morales”.
Seguramente se referiría al temor a superar el analfabetismo o a terminar con la falta total de atención médica, o al temor que generan las continuas consultas electorales de gobiernos como el de Venezuela o Bolivia, mucho más democráticos que el de Estados Unidos en donde todavía existe una institución tan tramposa como el colegio electoral, que hace posible, como ocurriera en el 2000, que George W. Bush derrotara en ese antidemocrático ámbito al candidato que había obtenido la mayoría del voto popular, Al Gore. ¿Puede esta Secretaria de Estado representar algún cambio?
¿Cambio, producido por un líder político que quedó encerrado en un estruendoso mutismo ante el brutal genocidio perpetrado en Gaza? ¿Qué autoridad moral tiene para cambiar algo quien actuó de ese modo? ¿Cómo suponer que representa un cambio una persona que dice, como lamentablemente lo hizo Obama hace apenas un par de días a la cadena televisiva Univisión, que “Chávez ha sido una fuerza que ha impedido el progreso de la región, (...) Venezuela está exportando actividades terroristas y respalda a entidades como las FARC”?
Tamaño exabrupto y semejantes mentiras no pueden alimentar la más mínima esperanza y confirma las prevenciones que suscita el hecho de que uno de sus principales consejeros sobre América latina sea el abogado Greg Craig, asesor de la inefable Madeleine Albright, ex secretaria de Estado de Bill Clinton, la misma que dijera que las sanciones en contra de Irak luego de la Primera Guerra del Golfo (que costaron entre medio millón y un millón y medio de vidas, predominantemente de niños) “valieron la pena”.
Craig, además, tiene como uno de sus clientes a Gonzalo Sánchez de Lozada, cuya extradición a Bolivia está siendo solicitada por el gobierno de Evo Morales para juzgarlo por la salvaje represión de las grandes insurrecciones populares del 2003 que dejaron un saldo de 65 muertos y centenares de heridos. Sus credenciales son, por lo visto, inmejorables para producir el tan deseado cambio.
En esa misma entrevista, Obama se manifestó dispuesto a “suavizar las restricciones a los viajes y al envío de remesas a Cuba”, pero aclaró que no contempla poner fin al embargo decretado en contra de Cuba en 1962. Agregó además que podría sentarse a dialogar con el presidente Raúl Castro siempre y cuando “La Habana se muestre dispuesta a desarrollar las libertades personales en la isla”. En fin, la misma cantinela reaccionaria de siempre. Un caso de gatopardismo de pura cepa: algo tiene que cambiar, en este caso el color de la piel, para que nada cambie en el imperio.
.-.-.-
Las cosas por su nombre
Robert Fisk. The Independent, Londres, Reino Unido. Página/12, Buenos Aires.
Quizá hubiese sido útil que Obama hablara de lo que todo el mundo está hablando en Medio Oriente. Parece que faltó coraje. No, no se trata del retiro de las tropas de Irak, eso ya se sabe. Por supuesto que mencionó a “civiles masacrados”, pero esto no era precisamente lo que los árabes tenían en mente. Lo que había que hacer era llamar a las cosas por su nombre y, sin más, referirse al conflicto de Gaza.
Claro que, para ser honestos, llamó a Mahmud Abbas. Tal vez Obama piense que él es líder de los palestinos, pero como todo árabe sabe, a excepción quizás del Sr. Abbas, este hombre lo único que lidera es un gobierno fantasma, asimilable a un cuerpo que agoniza y que sólo se mantiene con vida gracias a las transfusiones de sangre que le brinda la “comunidad internacional”. Además, por supuesto, Obama hizo la llamada obligada a los israelíes.
Pero para los pueblos de Medio Oriente, si hubo algo que ensombreció el discurso inaugural del nuevo presidente norteamericano fue justamente la ausencia en su discurso de las palabras “Gaza” e “Israel”. ¿Acaso no le importó? ¿Tuvo miedo? ¿Es que el muchacho que le escribe los discursos a Obama no se dio cuenta de que el hecho de hacer hablar a su jefe de por qué a los negros no les servían un plato de comida en ciertos restaurantes hace 60 años en Estados Unidos iba a hacer pensar a los árabes en un pueblo actualmente discriminado y masacrado sólo por votar a la “gente equivocada”? Demasiados cuerpos muertos yacen en Gaza como para que la cuestión no haya estado presente en ese discurso. Imposible no verlos.
Por eso, por más distancia que el nuevo presidente haya tratado de poner en su discurso con el régimen corrupto al cual reemplazó, demasiados ecos sonaron en el ambiente, como si los atentados del 11 de septiembre hubiesen ocurrido ayer. En consecuencia, tuvimos que recordar, por ejemplo, cómo “heroicos bomberos lucharon contra las cortinas de humo que bajaban por las escaleras”.
Si bien es cierto que para los árabes frases del tipo “nuestra nación está en guerra con una red de violencia y odio de alcance mundial” remite puramente a Bush, el hecho de que Obama haya hecho referencia al “terror”, esa palabra tan usada por Bush y los israelíes, fue un signo preocupante de que todavía no captó el mensaje. De ahí que, por ejemplo, lo hayamos visto hablando de cómo, a pesar de la fuerza de los talibán y las masacres que cometen, “no nos vencerán”. ¿Les suena? En cuanto a sus menciones de “aquellos corruptos que pretenden acallar la disidencia”, frase que supuestamente aludía a Irán, lo cierto es que en el imaginario árabe esas características seguramente remitan a líderes como Hosni Mubarak en Egipto (quien por cierto también recibió una llamada de Obama), el rey Abdallah de Arabia Saudita y toda esa clase de autócratas que se la pasan cortando cabezas pero que son, claro, los aliados de Estados Unidos en la región.
Hanan Ashrawi lo entendió bien. Los cambios que hacen falta en Medio Oriente, es decir, justicia para los palestinos, seguridad para éstos y para los israelíes, el fin de la construcción de los asentamientos para judíos en Cisjordania, el fin de toda violencia, tienen que ser inmediatos. Y, si acaso el tibio nombramiento de George Mitchell como enviado para la región estaba destinado a satisfacer estas demandas, por ahora no alcanza. Ni de cerca.
El mensaje amigable destinado a los musulmanes que evocó la necesidad de encontrar un nuevo enfoque para relacionarse basado en los intereses y el respeto mutuos, simplemente no ilustra ni remite bajo ningún concepto a las imágenes del baño de sangre que tuvo lugar en Gaza durante las últimas semanas. Sí, los países árabes y muchos otros alrededor del mundo pueden regocijarse de que la era Bush haya terminado y Guantánamo se vaya a cerrar. Pero, ¿serán juzgados los torturadores de Bush y de Rumsfeld? ¿O serán discretamente cambiados de lugar de trabajo hacia alguno donde no tengan que calzarse el instrumental de tortura y escuchar a la gente gritar de dolor?
Bueno, después de todo, hay que darle una oportunidad a la nueva administración. Quizá Mitchell hable con Hamas, él es nuevo y puede hacerlo, ¿pero qué tendrán para decir los ya probados fracasos como Denis Ross, Rahm Emmanuel, Robert Gates o Hillary Clinton? Todo el mundo notó la ausencia de esas dos palabras, Palestina e Israel. Parece que eran dos papas demasiado calientes para agarrar en un día tan helado en Washington, en el que Obama ni siquiera estaba usando guantes.
Madurar
Marcelo Cantelmi. Clarín.
El mensaje de Barack Obama tiene dos ejes que parecerían contradictorios. Alza la esperanza y habla de un país que no perderá su riqueza y poderío. Pero, a la vez, describe a EE.UU. en una situación crítica, notablemente grave. ¿Se combinan o son espacios excluyentes? Hace ya años, Joseph Nye comparó el reparto del poder global con una partida de ajedrez en tres dimensiones. En el primer tablero, el de las relaciones militares, el mundo es sin duda unipolar. Ahí reina EE.UU. Pero en el segundo, el económico, el mundo ya es multipolar y Washington necesita aliados si quiere obtener resultados. En el tercero se acumulan cuestiones como el cambio climático, pandemias y el terrorismo donde el poder es caótico y no existe una hegemonía de EE.UU. ni de nadie. Y es allí donde está la mayor cantidad de retos de esta modernidad. La misión de Obama posiblemente sea la de revelar esa realidad. Explicar que EE.UU. puede recuperarse pero lo hará en un mundo donde el poder militar no basta para crear un hegemón. Será preciso ser un jugador más para tener espacio de desarrollo. Es una tremenda idea que exige humildad. Resume el valor de asumir al otro como socio necesario y un realismo que dé vida a aquello de que el auténtico poder es el que se define a partir de las verdaderas capacidades y no de las intenciones.
.-.-.-
Un discurso que puso distancia de la era Bush
Oscar Raúl Cardoso. Clarín
¿Es otra vez la era del "poder blando" de Estados Unidos en el mundo? Así lo sugirió ayer en su discurso inaugural el nuevo presidente de ese país, Barack Obama, aunque no haya mencionado el concepto de modo explícito, para establecer lo que fue una clara línea en la arena separando su gestión futura de los ocho años de George W. Bush.
No es poca cosa si uno piensa que hombres y mujeres con el mismo color de piel que el nuevo mandatario eran esclavos hace menos de 200 años y tenían negado el voto hace menos de cincuenta.
Conviene recordar qué es eso del "poder blando". En los años '90, el concepto fue utilizado por Joseph Nye, un académico y entonces subsecretario de Defensa en el gobierno de Bill Clinton, para explicar que ni las ojivas nucleares, ni los portaaviones, ni los tanques constituían el núcleo de la fuerza de Estados Unidos en el escenario internacional. En un breve pero influyente ensayo -titulado precisamente "El Poder Blando"- Nye expuso su visión del poder de su país en la atracción de su sistema político, el imán de su cultura y su liderazgo en casi toda rama de la ciencia, entre otras razones que no tenían que ver con su capacidad de destrucción. Evidentemente era una respuesta a los que criticaban a Clinton desde la derecha acusándolo de debilitar al país militarmente.
Conviene atender a las fórmulas retóricas en extremo cuidadosas que ayer empleó Obama. Debe haber sido duro para Bush escuchar de boca de su sucesor la noción según la cual "Estados Unidos está dispuesto a retomar el liderazgo" que -según el nuevo mandatario- el mundo le reclama. Implícitamente, dejó en claro que en estos ochos años ese liderazgo se había perdido o practicado de un modo inconveniente.
Lo mismo puede decirse cuando recordó que la solución de defender la democracia y la Constitución -los derechos individuales que ampara- no pasa por asumir las prácticas inhumanas que se le adjudican al enemigo. No es bueno resolver el problema del canibalismo comiéndose a los caníbales, pareció evocar.
Pero Obama estiró aún más en la historia la idea de un cambio para sus gobernados "porque el mundo ha cambiado y nosotros debemos hacerlo", dijo. Al recordar que ya no conviene preguntar si el Estado debe ser "grande o chico" sino interrogar "si cumple su cometido de modo eficiente", se mostró empeñado en clausurar el ciclo iniciado en 1980 con Ronald Reagan que impuso, en su país y en el mundo, la idea según la cual ese Estado era responsable de casi todos los males.
Pero aún más significativo es que haya dejado atrás, parcialmente al menos, el discurso de campaña, en el que prometía sólo tiempos mejores. A su modo, hizo un lugar para los inevitables sacrificios que vienen, una versión peculiar del "sangre, sudor y lágrimas" de Winston Churchill en los años de la Segunda Guerra Mundial. Obama asumió con un elevadísimo nivel de opinión pública favorable -casi el 80 por ciento, de acuerdo con lo que dicen los sondeos-, pero sabe lo suficiente de política como para usarlo de un modo cauto.
(fin)
Marcelo Cantelmi. Clarín.
El mensaje de Barack Obama tiene dos ejes que parecerían contradictorios. Alza la esperanza y habla de un país que no perderá su riqueza y poderío. Pero, a la vez, describe a EE.UU. en una situación crítica, notablemente grave. ¿Se combinan o son espacios excluyentes? Hace ya años, Joseph Nye comparó el reparto del poder global con una partida de ajedrez en tres dimensiones. En el primer tablero, el de las relaciones militares, el mundo es sin duda unipolar. Ahí reina EE.UU. Pero en el segundo, el económico, el mundo ya es multipolar y Washington necesita aliados si quiere obtener resultados. En el tercero se acumulan cuestiones como el cambio climático, pandemias y el terrorismo donde el poder es caótico y no existe una hegemonía de EE.UU. ni de nadie. Y es allí donde está la mayor cantidad de retos de esta modernidad. La misión de Obama posiblemente sea la de revelar esa realidad. Explicar que EE.UU. puede recuperarse pero lo hará en un mundo donde el poder militar no basta para crear un hegemón. Será preciso ser un jugador más para tener espacio de desarrollo. Es una tremenda idea que exige humildad. Resume el valor de asumir al otro como socio necesario y un realismo que dé vida a aquello de que el auténtico poder es el que se define a partir de las verdaderas capacidades y no de las intenciones.
.-.-.-
Un discurso que puso distancia de la era Bush
Oscar Raúl Cardoso. Clarín
¿Es otra vez la era del "poder blando" de Estados Unidos en el mundo? Así lo sugirió ayer en su discurso inaugural el nuevo presidente de ese país, Barack Obama, aunque no haya mencionado el concepto de modo explícito, para establecer lo que fue una clara línea en la arena separando su gestión futura de los ocho años de George W. Bush.
No es poca cosa si uno piensa que hombres y mujeres con el mismo color de piel que el nuevo mandatario eran esclavos hace menos de 200 años y tenían negado el voto hace menos de cincuenta.
Conviene recordar qué es eso del "poder blando". En los años '90, el concepto fue utilizado por Joseph Nye, un académico y entonces subsecretario de Defensa en el gobierno de Bill Clinton, para explicar que ni las ojivas nucleares, ni los portaaviones, ni los tanques constituían el núcleo de la fuerza de Estados Unidos en el escenario internacional. En un breve pero influyente ensayo -titulado precisamente "El Poder Blando"- Nye expuso su visión del poder de su país en la atracción de su sistema político, el imán de su cultura y su liderazgo en casi toda rama de la ciencia, entre otras razones que no tenían que ver con su capacidad de destrucción. Evidentemente era una respuesta a los que criticaban a Clinton desde la derecha acusándolo de debilitar al país militarmente.
Conviene atender a las fórmulas retóricas en extremo cuidadosas que ayer empleó Obama. Debe haber sido duro para Bush escuchar de boca de su sucesor la noción según la cual "Estados Unidos está dispuesto a retomar el liderazgo" que -según el nuevo mandatario- el mundo le reclama. Implícitamente, dejó en claro que en estos ochos años ese liderazgo se había perdido o practicado de un modo inconveniente.
Lo mismo puede decirse cuando recordó que la solución de defender la democracia y la Constitución -los derechos individuales que ampara- no pasa por asumir las prácticas inhumanas que se le adjudican al enemigo. No es bueno resolver el problema del canibalismo comiéndose a los caníbales, pareció evocar.
Pero Obama estiró aún más en la historia la idea de un cambio para sus gobernados "porque el mundo ha cambiado y nosotros debemos hacerlo", dijo. Al recordar que ya no conviene preguntar si el Estado debe ser "grande o chico" sino interrogar "si cumple su cometido de modo eficiente", se mostró empeñado en clausurar el ciclo iniciado en 1980 con Ronald Reagan que impuso, en su país y en el mundo, la idea según la cual ese Estado era responsable de casi todos los males.
Pero aún más significativo es que haya dejado atrás, parcialmente al menos, el discurso de campaña, en el que prometía sólo tiempos mejores. A su modo, hizo un lugar para los inevitables sacrificios que vienen, una versión peculiar del "sangre, sudor y lágrimas" de Winston Churchill en los años de la Segunda Guerra Mundial. Obama asumió con un elevadísimo nivel de opinión pública favorable -casi el 80 por ciento, de acuerdo con lo que dicen los sondeos-, pero sabe lo suficiente de política como para usarlo de un modo cauto.
(fin)
Las cosas por su nombre
Robert Fisk. The Independent, Londres, Reino Unido. Página/12, Buenos Aires.
Quizá hubiese sido útil que Obama hablara de lo que todo el mundo está hablando en Medio Oriente. Parece que faltó coraje. No, no se trata del retiro de las tropas de Irak, eso ya se sabe. Por supuesto que mencionó a “civiles masacrados”, pero esto no era precisamente lo que los árabes tenían en mente. Lo que había que hacer era llamar a las cosas por su nombre y, sin más, referirse al conflicto de Gaza.
Claro que, para ser honestos, llamó a Mahmud Abbas. Tal vez Obama piense que él es líder de los palestinos, pero como todo árabe sabe, a excepción quizás del Sr. Abbas, este hombre lo único que lidera es un gobierno fantasma, asimilable a un cuerpo que agoniza y que sólo se mantiene con vida gracias a las transfusiones de sangre que le brinda la “comunidad internacional”. Además, por supuesto, Obama hizo la llamada obligada a los israelíes.
Pero para los pueblos de Medio Oriente, si hubo algo que ensombreció el discurso inaugural del nuevo presidente norteamericano fue justamente la ausencia en su discurso de las palabras “Gaza” e “Israel”. ¿Acaso no le importó? ¿Tuvo miedo? ¿Es que el muchacho que le escribe los discursos a Obama no se dio cuenta de que el hecho de hacer hablar a su jefe de por qué a los negros no les servían un plato de comida en ciertos restaurantes hace 60 años en Estados Unidos iba a hacer pensar a los árabes en un pueblo actualmente discriminado y masacrado sólo por votar a la “gente equivocada”? Demasiados cuerpos muertos yacen en Gaza como para que la cuestión no haya estado presente en ese discurso. Imposible no verlos.
Por eso, por más distancia que el nuevo presidente haya tratado de poner en su discurso con el régimen corrupto al cual reemplazó, demasiados ecos sonaron en el ambiente, como si los atentados del 11 de septiembre hubiesen ocurrido ayer. En consecuencia, tuvimos que recordar, por ejemplo, cómo “heroicos bomberos lucharon contra las cortinas de humo que bajaban por las escaleras”.
Si bien es cierto que para los árabes frases del tipo “nuestra nación está en guerra con una red de violencia y odio de alcance mundial” remite puramente a Bush, el hecho de que Obama haya hecho referencia al “terror”, esa palabra tan usada por Bush y los israelíes, fue un signo preocupante de que todavía no captó el mensaje. De ahí que, por ejemplo, lo hayamos visto hablando de cómo, a pesar de la fuerza de los talibán y las masacres que cometen, “no nos vencerán”. ¿Les suena? En cuanto a sus menciones de “aquellos corruptos que pretenden acallar la disidencia”, frase que supuestamente aludía a Irán, lo cierto es que en el imaginario árabe esas características seguramente remitan a líderes como Hosni Mubarak en Egipto (quien por cierto también recibió una llamada de Obama), el rey Abdallah de Arabia Saudita y toda esa clase de autócratas que se la pasan cortando cabezas pero que son, claro, los aliados de Estados Unidos en la región.
Hanan Ashrawi lo entendió bien. Los cambios que hacen falta en Medio Oriente, es decir, justicia para los palestinos, seguridad para éstos y para los israelíes, el fin de la construcción de los asentamientos para judíos en Cisjordania, el fin de toda violencia, tienen que ser inmediatos. Y, si acaso el tibio nombramiento de George Mitchell como enviado para la región estaba destinado a satisfacer estas demandas, por ahora no alcanza. Ni de cerca.
El mensaje amigable destinado a los musulmanes que evocó la necesidad de encontrar un nuevo enfoque para relacionarse basado en los intereses y el respeto mutuos, simplemente no ilustra ni remite bajo ningún concepto a las imágenes del baño de sangre que tuvo lugar en Gaza durante las últimas semanas. Sí, los países árabes y muchos otros alrededor del mundo pueden regocijarse de que la era Bush haya terminado y Guantánamo se vaya a cerrar. Pero, ¿serán juzgados los torturadores de Bush y de Rumsfeld? ¿O serán discretamente cambiados de lugar de trabajo hacia alguno donde no tengan que calzarse el instrumental de tortura y escuchar a la gente gritar de dolor?
Bueno, después de todo, hay que darle una oportunidad a la nueva administración. Quizá Mitchell hable con Hamas, él es nuevo y puede hacerlo, ¿pero qué tendrán para decir los ya probados fracasos como Denis Ross, Rahm Emmanuel, Robert Gates o Hillary Clinton? Todo el mundo notó la ausencia de esas dos palabras, Palestina e Israel. Parece que eran dos papas demasiado calientes para agarrar en un día tan helado en Washington, en el que Obama ni siquiera estaba usando guantes.
Madurar
Marcelo Cantelmi. Clarín.
El mensaje de Barack Obama tiene dos ejes que parecerían contradictorios. Alza la esperanza y habla de un país que no perderá su riqueza y poderío. Pero, a la vez, describe a EE.UU. en una situación crítica, notablemente grave. ¿Se combinan o son espacios excluyentes? Hace ya años, Joseph Nye comparó el reparto del poder global con una partida de ajedrez en tres dimensiones. En el primer tablero, el de las relaciones militares, el mundo es sin duda unipolar. Ahí reina EE.UU. Pero en el segundo, el económico, el mundo ya es multipolar y Washington necesita aliados si quiere obtener resultados. En el tercero se acumulan cuestiones como el cambio climático, pandemias y el terrorismo donde el poder es caótico y no existe una hegemonía de EE.UU. ni de nadie. Y es allí donde está la mayor cantidad de retos de esta modernidad. La misión de Obama posiblemente sea la de revelar esa realidad. Explicar que EE.UU. puede recuperarse pero lo hará en un mundo donde el poder militar no basta para crear un hegemón. Será preciso ser un jugador más para tener espacio de desarrollo. Es una tremenda idea que exige humildad. Resume el valor de asumir al otro como socio necesario y un realismo que dé vida a aquello de que el auténtico poder es el que se define a partir de las verdaderas capacidades y no de las intenciones.
Un discurso que puso distancia de la era Bush
Oscar Raúl Cardoso. Clarín
¿Es otra vez la era del "poder blando" de Estados Unidos en el mundo? Así lo sugirió ayer en su discurso inaugural el nuevo presidente de ese país, Barack Obama, aunque no haya mencionado el concepto de modo explícito, para establecer lo que fue una clara línea en la arena separando su gestión futura de los ocho años de George W. Bush.
No es poca cosa si uno piensa que hombres y mujeres con el mismo color de piel que el nuevo mandatario eran esclavos hace menos de 200 años y tenían negado el voto hace menos de cincuenta.
Conviene recordar qué es eso del "poder blando". En los años '90, el concepto fue utilizado por Joseph Nye, un académico y entonces subsecretario de Defensa en el gobierno de Bill Clinton, para explicar que ni las ojivas nucleares, ni los portaaviones, ni los tanques constituían el núcleo de la fuerza de Estados Unidos en el escenario internacional. En un breve pero influyente ensayo -titulado precisamente "El Poder Blando"- Nye expuso su visión del poder de su país en la atracción de su sistema político, el imán de su cultura y su liderazgo en casi toda rama de la ciencia, entre otras razones que no tenían que ver con su capacidad de destrucción. Evidentemente era una respuesta a los que criticaban a Clinton desde la derecha acusándolo de debilitar al país militarmente.
Conviene atender a las fórmulas retóricas en extremo cuidadosas que ayer empleó Obama. Debe haber sido duro para Bush escuchar de boca de su sucesor la noción según la cual "Estados Unidos está dispuesto a retomar el liderazgo" que -según el nuevo mandatario- el mundo le reclama. Implícitamente, dejó en claro que en estos ochos años ese liderazgo se había perdido o practicado de un modo inconveniente.
Lo mismo puede decirse cuando recordó que la solución de defender la democracia y la Constitución -los derechos individuales que ampara- no pasa por asumir las prácticas inhumanas que se le adjudican al enemigo. No es bueno resolver el problema del canibalismo comiéndose a los caníbales, pareció evocar.
Pero Obama estiró aún más en la historia la idea de un cambio para sus gobernados "porque el mundo ha cambiado y nosotros debemos hacerlo", dijo. Al recordar que ya no conviene preguntar si el Estado debe ser "grande o chico" sino interrogar "si cumple su cometido de modo eficiente", se mostró empeñado en clausurar el ciclo iniciado en 1980 con Ronald Reagan que impuso, en su país y en el mundo, la idea según la cual ese Estado era responsable de casi todos los males.
Pero aún más significativo es que haya dejado atrás, parcialmente al menos, el discurso de campaña, en el que prometía sólo tiempos mejores. A su modo, hizo un lugar para los inevitables sacrificios que vienen, una versión peculiar del "sangre, sudor y lágrimas" de Winston Churchill en los años de la Segunda Guerra Mundial. Obama asumió con un elevadísimo nivel de opinión pública favorable -casi el 80 por ciento, de acuerdo con lo que dicen los sondeos-, pero sabe lo suficiente de política como para usarlo de un modo cauto.
(fin)
Robert Fisk. The Independent, Londres, Reino Unido. Página/12, Buenos Aires.
Quizá hubiese sido útil que Obama hablara de lo que todo el mundo está hablando en Medio Oriente. Parece que faltó coraje. No, no se trata del retiro de las tropas de Irak, eso ya se sabe. Por supuesto que mencionó a “civiles masacrados”, pero esto no era precisamente lo que los árabes tenían en mente. Lo que había que hacer era llamar a las cosas por su nombre y, sin más, referirse al conflicto de Gaza.
Claro que, para ser honestos, llamó a Mahmud Abbas. Tal vez Obama piense que él es líder de los palestinos, pero como todo árabe sabe, a excepción quizás del Sr. Abbas, este hombre lo único que lidera es un gobierno fantasma, asimilable a un cuerpo que agoniza y que sólo se mantiene con vida gracias a las transfusiones de sangre que le brinda la “comunidad internacional”. Además, por supuesto, Obama hizo la llamada obligada a los israelíes.
Pero para los pueblos de Medio Oriente, si hubo algo que ensombreció el discurso inaugural del nuevo presidente norteamericano fue justamente la ausencia en su discurso de las palabras “Gaza” e “Israel”. ¿Acaso no le importó? ¿Tuvo miedo? ¿Es que el muchacho que le escribe los discursos a Obama no se dio cuenta de que el hecho de hacer hablar a su jefe de por qué a los negros no les servían un plato de comida en ciertos restaurantes hace 60 años en Estados Unidos iba a hacer pensar a los árabes en un pueblo actualmente discriminado y masacrado sólo por votar a la “gente equivocada”? Demasiados cuerpos muertos yacen en Gaza como para que la cuestión no haya estado presente en ese discurso. Imposible no verlos.
Por eso, por más distancia que el nuevo presidente haya tratado de poner en su discurso con el régimen corrupto al cual reemplazó, demasiados ecos sonaron en el ambiente, como si los atentados del 11 de septiembre hubiesen ocurrido ayer. En consecuencia, tuvimos que recordar, por ejemplo, cómo “heroicos bomberos lucharon contra las cortinas de humo que bajaban por las escaleras”.
Si bien es cierto que para los árabes frases del tipo “nuestra nación está en guerra con una red de violencia y odio de alcance mundial” remite puramente a Bush, el hecho de que Obama haya hecho referencia al “terror”, esa palabra tan usada por Bush y los israelíes, fue un signo preocupante de que todavía no captó el mensaje. De ahí que, por ejemplo, lo hayamos visto hablando de cómo, a pesar de la fuerza de los talibán y las masacres que cometen, “no nos vencerán”. ¿Les suena? En cuanto a sus menciones de “aquellos corruptos que pretenden acallar la disidencia”, frase que supuestamente aludía a Irán, lo cierto es que en el imaginario árabe esas características seguramente remitan a líderes como Hosni Mubarak en Egipto (quien por cierto también recibió una llamada de Obama), el rey Abdallah de Arabia Saudita y toda esa clase de autócratas que se la pasan cortando cabezas pero que son, claro, los aliados de Estados Unidos en la región.
Hanan Ashrawi lo entendió bien. Los cambios que hacen falta en Medio Oriente, es decir, justicia para los palestinos, seguridad para éstos y para los israelíes, el fin de la construcción de los asentamientos para judíos en Cisjordania, el fin de toda violencia, tienen que ser inmediatos. Y, si acaso el tibio nombramiento de George Mitchell como enviado para la región estaba destinado a satisfacer estas demandas, por ahora no alcanza. Ni de cerca.
El mensaje amigable destinado a los musulmanes que evocó la necesidad de encontrar un nuevo enfoque para relacionarse basado en los intereses y el respeto mutuos, simplemente no ilustra ni remite bajo ningún concepto a las imágenes del baño de sangre que tuvo lugar en Gaza durante las últimas semanas. Sí, los países árabes y muchos otros alrededor del mundo pueden regocijarse de que la era Bush haya terminado y Guantánamo se vaya a cerrar. Pero, ¿serán juzgados los torturadores de Bush y de Rumsfeld? ¿O serán discretamente cambiados de lugar de trabajo hacia alguno donde no tengan que calzarse el instrumental de tortura y escuchar a la gente gritar de dolor?
Bueno, después de todo, hay que darle una oportunidad a la nueva administración. Quizá Mitchell hable con Hamas, él es nuevo y puede hacerlo, ¿pero qué tendrán para decir los ya probados fracasos como Denis Ross, Rahm Emmanuel, Robert Gates o Hillary Clinton? Todo el mundo notó la ausencia de esas dos palabras, Palestina e Israel. Parece que eran dos papas demasiado calientes para agarrar en un día tan helado en Washington, en el que Obama ni siquiera estaba usando guantes.
Madurar
Marcelo Cantelmi. Clarín.
El mensaje de Barack Obama tiene dos ejes que parecerían contradictorios. Alza la esperanza y habla de un país que no perderá su riqueza y poderío. Pero, a la vez, describe a EE.UU. en una situación crítica, notablemente grave. ¿Se combinan o son espacios excluyentes? Hace ya años, Joseph Nye comparó el reparto del poder global con una partida de ajedrez en tres dimensiones. En el primer tablero, el de las relaciones militares, el mundo es sin duda unipolar. Ahí reina EE.UU. Pero en el segundo, el económico, el mundo ya es multipolar y Washington necesita aliados si quiere obtener resultados. En el tercero se acumulan cuestiones como el cambio climático, pandemias y el terrorismo donde el poder es caótico y no existe una hegemonía de EE.UU. ni de nadie. Y es allí donde está la mayor cantidad de retos de esta modernidad. La misión de Obama posiblemente sea la de revelar esa realidad. Explicar que EE.UU. puede recuperarse pero lo hará en un mundo donde el poder militar no basta para crear un hegemón. Será preciso ser un jugador más para tener espacio de desarrollo. Es una tremenda idea que exige humildad. Resume el valor de asumir al otro como socio necesario y un realismo que dé vida a aquello de que el auténtico poder es el que se define a partir de las verdaderas capacidades y no de las intenciones.
Un discurso que puso distancia de la era Bush
Oscar Raúl Cardoso. Clarín
¿Es otra vez la era del "poder blando" de Estados Unidos en el mundo? Así lo sugirió ayer en su discurso inaugural el nuevo presidente de ese país, Barack Obama, aunque no haya mencionado el concepto de modo explícito, para establecer lo que fue una clara línea en la arena separando su gestión futura de los ocho años de George W. Bush.
No es poca cosa si uno piensa que hombres y mujeres con el mismo color de piel que el nuevo mandatario eran esclavos hace menos de 200 años y tenían negado el voto hace menos de cincuenta.
Conviene recordar qué es eso del "poder blando". En los años '90, el concepto fue utilizado por Joseph Nye, un académico y entonces subsecretario de Defensa en el gobierno de Bill Clinton, para explicar que ni las ojivas nucleares, ni los portaaviones, ni los tanques constituían el núcleo de la fuerza de Estados Unidos en el escenario internacional. En un breve pero influyente ensayo -titulado precisamente "El Poder Blando"- Nye expuso su visión del poder de su país en la atracción de su sistema político, el imán de su cultura y su liderazgo en casi toda rama de la ciencia, entre otras razones que no tenían que ver con su capacidad de destrucción. Evidentemente era una respuesta a los que criticaban a Clinton desde la derecha acusándolo de debilitar al país militarmente.
Conviene atender a las fórmulas retóricas en extremo cuidadosas que ayer empleó Obama. Debe haber sido duro para Bush escuchar de boca de su sucesor la noción según la cual "Estados Unidos está dispuesto a retomar el liderazgo" que -según el nuevo mandatario- el mundo le reclama. Implícitamente, dejó en claro que en estos ochos años ese liderazgo se había perdido o practicado de un modo inconveniente.
Lo mismo puede decirse cuando recordó que la solución de defender la democracia y la Constitución -los derechos individuales que ampara- no pasa por asumir las prácticas inhumanas que se le adjudican al enemigo. No es bueno resolver el problema del canibalismo comiéndose a los caníbales, pareció evocar.
Pero Obama estiró aún más en la historia la idea de un cambio para sus gobernados "porque el mundo ha cambiado y nosotros debemos hacerlo", dijo. Al recordar que ya no conviene preguntar si el Estado debe ser "grande o chico" sino interrogar "si cumple su cometido de modo eficiente", se mostró empeñado en clausurar el ciclo iniciado en 1980 con Ronald Reagan que impuso, en su país y en el mundo, la idea según la cual ese Estado era responsable de casi todos los males.
Pero aún más significativo es que haya dejado atrás, parcialmente al menos, el discurso de campaña, en el que prometía sólo tiempos mejores. A su modo, hizo un lugar para los inevitables sacrificios que vienen, una versión peculiar del "sangre, sudor y lágrimas" de Winston Churchill en los años de la Segunda Guerra Mundial. Obama asumió con un elevadísimo nivel de opinión pública favorable -casi el 80 por ciento, de acuerdo con lo que dicen los sondeos-, pero sabe lo suficiente de política como para usarlo de un modo cauto.
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