Se viene el fin de semana, y supongo que dispondrás de tiempo para leer. Antes que le dediques algunas horas a la TV, creo que te vendrán bien las lecturas de estos dos artículos. El primero se refiere a la relación entre los espectadores y la TV. Es una entrevista de la periodista Adriana Schettini al sociólogo Luis Alberto Quevedo, quien asegura que la TV "construye lazos con los otros" . La segunda nota es un editorial del diario porteño La
Nación que trata sobre los resultados de una encuesta de Gallup acerca del mismo tema." Es tiempo ya de que los argentinos nos hagamos responsables de nuestras profundas contradicciones como ciudadanos y comencemos a comprometernos sin hipocresías con la realidad", dice La Nación. Las dos notas las recibí el 2 de marzo de 2007 a través de un servicio de recortes periodísticos de la escuela de periodismo TEA, que no precisa su fecha de publicación.
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Entrevista a Luis Quevedo
"La TV construye lazos con los otros"
"El vínculo que establece el televidente con el televisor es muy complejo. Una de sus características consiste en que el espectador desea ver ciertos programas porque hay millones de personas que los ven y él no quiere quedar afuera de las conversaciones. Ocurre que, en definitiva, la televisión no es una tecnología, sino un discurso: construye lazos con los otros, con las demás personas", sostiene el sociólogo Luis Alberto Quevedo, director del Proyecto Comunicación y del posgrado Gestión y Política en Cultura y Comunicación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso). Puesto a pensar en la televisión, Quevedo cuenta con las mejores armas: una sólida formación académica y una marcada vocación de televidente. Se graduó en la prestigiosa Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de la Universidad de París, donde hizo la maestría en Sociología. Fue director de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, donde actualmente se desempeña como profesor titular regular de Sociología Política. Es codirector de los estudios sobre el Sistema Nacional de Consumos Culturales, que desarrolla la Secretaría de Medios de la Presidencia de la Nación. Además, Luis Alberto Quevedo mira la televisión, la misma que el resto de los argentinos. El dato no es menor, porque esa práctica le permite analizar en detalle los motivos por los que ciertos programas fascinan a millones de personas y se instalan como tema de conversación en la agenda colectiva.
-¿Por qué Gran Hermano sigue despertando tanto interés?
- Gran Hermano es un fenómeno mundial, el formato más exitoso de la televisión global: se hace en 70 países simultáneamente y en cada uno de ellos a la fórmula original se le agregan características locales. En tal sentido, Gran Hermano resume lo que Manuel Castells llama la "glocalización", porque es la mezcla perfecta del formato global y el contenido local. Gran Hermano inició un modo de entrada de la gente común a la tele que luego fue copiado por otros reality shows : las personas desconocidas ingresan en la pantalla como estrellas. No hay un recorrido de construcción del estrellato: son estrellas porque están en Gran Hermano , y desde el primer momento se las presenta como tales. Son construidas como personajes que van a formar parte de un gran show que será visto por millones. El formato dio resultado porque en todo el mundo hay una pulsión voyeurista y porque se supone que esos personajes pueden hacer cosas inesperadas en cualquier momento. No me refiero a la fantasía de que dos participantes tengan sexo. De hecho, esa situación se dio en muy pocos países. Lo que puede ocurrir son fenómenos de racismo, como el que sucedió en Inglaterra, de depresión o de abandono del juego por parte de un participante que extraña a su hijo. En Gran Hermano pueden aparecer dramas humanos que van mucho más allá de la fantasía de que veré una pareja teniendo intimidad sexual.
-¿Cómo se explica que "Bailando por un sueño" y "Cantando por un sueño" hayan producido, en 2006, semejante fenómeno de rating?
-"Bailando por un sueño" y "Cantando por un sueño" son televisión pura. Esos segmentos de ShowMatch no podrían ser ninguna otra cosa que un programa de TV. Hay ciclos de debates políticos, por ejemplo, a los que si uno les quitara la imagen, serían radio; hay programas que tienen pretensiones de cine y hay otros que tienen la pretensión de contar la historia de la Argentina."Bailando " y "Cantando ", en cambio, son tv pura: la mezcla de todos los géneros y de todas las personas. Allí hay famosos, hay gente común, hay gente que quiere ser artista porque baila o canta bien, hay actores o deportistas que colaboran con un soñador. Hay sueño, y eso es muy importante para un programa de TV. Además, en "Bailando " y "Cantando " hay competencia. El jurado podrá ser ridículo y absurdo, en muchos casos, pero hay competencia, es decir, la posibilidad de contar una historia con cierto suspenso. Por otra parte, hay mucha emotividad televisiva: por ejemplo, la sorpresa de que me hayan traído a mi tío desde Corrientes para que me vea bailar, o la idea de que perdí, pero Marcelo Tinelli me cumple el sueño o la persona famosa que baila conmigo me anuncia en cámara, con un primer plano en mis ojos, que igual me van a cumplir el sueño, y entonces lloro. Eso es televisión pura. Y es más complejo de lo que parece. Los buenos programas de televisión son buenos porque respetan las reglas de la TV, que no son las del cine ni las del teatro ni las de la literatura. La televisión es lo efímero maravilloso, el instante sublime sin ninguna consistencia, y eso son "Bailando por un sueño" y
"Cantando por un sueño".
-¿Cómo miramos televisión los espectadores del siglo XXI?
-Muchas de las tecnologías de la comunicación nacieron como medios para ser consumidos socialmente. En sus comienzos, la radio era escuchada en familia y hasta en las plazas de pueblo. La TV, que también nació como un tipo de consumo comunitario, ahora está ante un proceso de personalización. La duda es si llegaremos al punto de que cada uno tenga su propia televisión, dicho esto en dos sentidos: un televisor por persona y una apropiación personal de los contenidos televisivos.
-¿Por qué se fue pasando del consumo televisivo familiar al personal?
-La respuesta está en la historia de la TV. Hasta los años 60 sólo se conocía la televisión en vivo: quien no estaba frente al televisor en tiempo real se perdía el programa. Con la aparición del videotape comenzó un lento proceso de abolición del tiempo: los programas se grababan para ser emitidos en otro tiempo. En la década del 80, con la difusión de las grabadoras de TV hogareñas, la ruptura de la temporalidad televisiva empezó a estar en manos del televidente: yo grabo un programa a la hora en que es emitido y lo miro cuando quiero. En los 90, el cable transformó a la TV en una cinta sinfín: un mismo programa sale al aire en diferentes horarios. En mi opinión, el último desafío de la ruptura del tiempo se asocia con la ruptura del espacio: ¿será el teléfono celular el lugar desde el que yo bajaré paquetes de contenidos televisivos para verlos después? Yo creo que ésa es la promesa del celular, pero no la de la TV. La convergencia entre el teléfono y la TV es muy difícil.
-¿Por qué se resiste la TV a ser emitida por teléfono celular?
-Porque en vez de empequeñecerse, la TV quiere agrandarse, apuntar a la gran pantalla. Pero fuera del tema tecnológico, creo que en el espectador hay un goce en la TV masiva que aún no está abolido.
-Bill Gates declaró, en Davos, que dentro de cinco años caducará el modo actual de mirar televisión, gracias a la combinación de Internet y celulares. ¿Qué piensa al respecto?
-Lo que pronostica Bill Gates es la muerte del broadcasting, es decir, de las grandes audiencias. Según él, surgirá el hábito de que cada uno baje paquetes de imágenes, los registre en la memoria de su teléfono y los consuma individualmente. Pero yo creo que el televidente no está dispuesto a renunciar al goce de la TV masiva. El vínculo que establece el televidente con el televisor es uno de los más difíciles de entender. Una de sus características consiste en que el espectador desea ver ciertos programas porque hay millones de personas que los ven, y él no quiere quedar fuera de las conversaciones. En definitiva, la televisión no es una tecnología sino un discurso, un lazo con los otros. Como sostiene Dominique Wolton, la idea del "gran público" es la idea de construir un nosotros, una comunidad. Es evidente que la TV está asediada por los procesos de personalización y que yo podré bajar una serie completa en un iPod para verla cuando quiera. La pregunta es si a eso lo podemos llamar televisión. ¿Comprar o alquilar un DVD con la serie Seinfeld es mirar televisión? Cualquiera que haga la experiencia de ver de corrido todos los capítulos de 24 comprobará que resulta insoportable, porque esa serie tiene una estructura narrativa pensada para la fragmentación de la TV. Está hecha para ser vista de a media hora por vez. Cuando la miro durante cuatro horas seguidas en un DVD, no tengo el mismo vínculo con la narración. Es como si yo intercambiara cartas con un hermano que vive en Canadá y creyera que la experiencia sería igual si juntara todas las cartas y las leyera de corrido. Si rompemos con la estructura narrativa, con la estructura de recepción, con la estructura tecnológica y con la estructura del goce de las grandes pantallas, yo digo: "¡Señores, esto no es televisión!" Es otro producto cultural. Pero la televisión va a seguir siendo esa práctica hogareña, colectiva y discursiva que me permite llegar al día siguiente a mi trabajo y decirle a un compañero: "¿Viste ayer «Bailando por un sueño»? ¿Viste ayer el último capítulo de Lost ?"
-En el caso de la información, es todavía más difícil imaginar un consumo personalizado, porque uno está habituado a conocer el mundo a través de la mirada que nos presenta el noticiero, aun a riesgo de que el recorte sea sesgado.
-Esa es una muy buena observación para empezar a pensar cuánto queremos nosotros, los televidentes, ser programadores y cuánto queremos que nos seduzcan, nos narren historias o nos cuenten qué pasó en el mundo desde la perspectiva de ellos, de los que hacen la televisión. Digo esto porque detrás de algunas promesas tecnológicas está la idea de un ciudadano hiperactivo. Es cierto que hay una lenta activación del consumidor y que, además, al consumidor le gusta tener una distribución propia de su tiempo libre. Pero lo que no es verdad es que yo quiera ser el productor de mi propio entretenimiento. Uno de los grandes atractivos de la TV es su capacidad de sorprendernos. Condenar al espectador a armar su propia fiesta es matar el vínculo que tenemos con la televisión.
-¿Cuál es la reacción de los televidentes ante la creciente fragmentación de la TV por cable, que ofrece canales de series, de noticias, de ciclos para la mujer, de gastronomía, de deportes, etc.?
-En los años 80, cuando apareció el cable, surgió la teoría de que la segmentación iba a permitir que algunos eligieran ver series, otros deportes y otros noticias. Pero en los 90, los análisis de los consumos demostraron que no existe el televidente al que le gusta una sola cosa. Alguien puede tener preferencia por los documentales, las películas o las noticias, pero aun ese televidente de segmentación también quiere ver otras cosas. Quiere zapping, quiere algunas transgresiones, quiere ver programas cuya existencia le resulta inconcebible, quiere ver horrores. Cada tanto, quiere ver ciertas cosas de las que los demás viven hablando, pero que él, por convicciones ideológicas, culturales o políticas, normalmente no mira. En nuestros consumos culturales, todos tenemos una complejidad mucho mayor que la idea de que somos una señal dedicada a un solo tema. Entonces, si la promesa que me hace el teléfono es que yo voy a poder elegir las series que quiero ver, las noticias de las que me quiero enterar y la cantidad de deporte que va a haber en mi paquete televisivo, sostengo que la promesa es pobre, porque implica que yo voy a ser capaz de producir mis propias sorpresas, y eso sería la muerte de la televisión.
(fin de la nota a Quevedo)
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Editorial de “La Nación”
Nosotros y la TV
Una encuesta realizada por TNS Gallup, denominada "Los argentinos y la televisión" permite apreciar algunas características del comportamiento del público y del funcionamiento de un medio de comunicación tan influyente.
A través de los resultados emergen dos cuestiones para destacar especialmente. En primer lugar, las actitudes ambivalentes de quienes consumen los programas de la TV, aunque no dejen de condenarlos. En segundo término, las contradicciones latentes entre lo que el medio promete y lo que emite, ya que la información, la distracción o la enseñanza quedan relegadas para dejar paso a la persuasiva promoción que hace continuamente la TV acerca de sí misma. El comentario que esto merece tiene un grado de generalidad que no invalida la cuota de calidad existente en un cierto número de programas.
De acuerdo con los datos de la encuesta, el 75 por ciento de los entrevistados dice que ve televisión a la hora de cenar; no obstante, el 70 por ciento de ellos considera que el material trasmitido es de valor negativo. Las diferencias observadas con una encuesta anterior del año 1998 sobre el mismo tema no arrojan mayores cambios.
Hay un descenso del público que buscaba distracción, del 74 al 68 por ciento. Otro tanto ocurre con quienes desean información, que han disminuido del 72 en 1998 al 67 por ciento en 2006.
Por otra parte, el público femenino centra sus expectativas en encontrar programas educativos. Los hombres ponen el acento de su interés en recibir información objetiva. También hay quienes consideran que la TV no educa ni entretiene (20 por ciento). Las críticas adversas alcanzan al efecto negativo de la TV sobre la adolescencia (antes manifestado por el 57 por ciento y ahora por el 65). Estos porcentajes llegan al 70 por ciento cuando se refieren a la influencia del medio sobre los niños.
Sin embargo, padres preocupados por los malos programas que dañan a los hijos reconocen que no hacen respetar en sus hogares los horarios de protección al menor (50 por ciento). Esta es una contradicción muy reveladora, pues no falta capacidad de juicio para estimar lo que puede ser perjudicial, pero se acepta que el medio "invasor" prosiga su deterioro con los programas menos recomendables, aun con las personas más vulnerables de la familia.
Con ecos de una memorable frase del poeta latino Horacio, se diría que el público adulto aprecia lo que está mal, lo desaprueba y después deja ver lo peor. Esta conducta incoherente, muy generalizada en distintos países, muestra hasta qué punto la audiencia, seducida por el poder del medio televisivo convertido en hábito, cede a su influencia dominante.
Si se mira el problema del otro lado, se advierte que el objetivo principal de la televisión parece cifrarse en copar la atención del espectador, para lo cual la propia TV se constituye en el material central de los programas, lo que recuerda la frase del reconocido teórico de la comunicación Marshall Mc Luhan: "El medio es el mensaje". De este modo, la TV instala un vicio de circularidad en su funcionamiento, por lo cual vuelve reiteradamente sobre sí misma. Por ello no provee noticias, sino habladurías referidas a sus "famosos" o busca entretener a través de historias, a menudo fraguadas, de sus propios personajes y transforma, en fin, la vida real en un reality show de sí misma.
Se da, en consecuencia, un continuo juego de contradicciones de uno y otro lado. El medio tecnológico como tal es neutro, ni bueno ni malo, de manera que el beneficio o perjuicio que puede producir depende de quienes lo conducen, lo cual exige un firme sentido de la responsabilidad social para con el público.
En lo que concierne al espectador, tiene que aprender a sacudir sus hábitos y hacer sentir su juicio de valor a los canales por caminos directos: prender, cambiar, apagar. Y esto que vale para mirar televisión puede muy bien hacerse extensivo a muchos otros aspectos de la vida en sociedad, porque es tiempo ya de que los argentinos nos hagamos responsables de nuestras profundas contradicciones como ciudadanos y comencemos a comprometernos sin hipocresías con la realidad.
(Fin del editorial de “La Nación”)
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