Hacia mediados de siglo viviremos de forma muy diferente a la actual, pero hay algo que seguro no va a cambiar: seguiremos cometiendo errores. El problema es que el poder tecnológico que detentará el hombre en ese tiempo podría dar lugar a catástrofes por la acción de individuos malignos o, lo que es peor, por simple infortunio técnico. Un panorama que ofrece el astrofísico británico Martin Rees en su libro “Nuestro último siglo”, que comenta en este artículo la periodista Nora Bär, publicado en el diario La Nación, de Buenos Aires, el 12 de julio de 2006.
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Cincuenta y cincuenta
Si, como asegura la sabiduría popular, la realidad depende del cristal con que se mire, el conocido astrofísico británico Martin Rees debe verla a través de uno color castaño oscuro...
En Nuestro último siglo ( Our final century, Random House, 2003), Rees lanza una advertencia que eriza la piel: afirma que los efectos adversos del acelerado avance de la tecnología en el siglo XXI podrían ser peores y más incontrolables que la amenaza de devastación nuclear que dominó la segunda mitad del Siglo XX, y que van a poner a las sociedades al borde de la disolución.
Para el cosmólogo, los riesgos que tenemos por delante son más inciertos que todo lo conocido. Algunos ya están entre nosotros, otros son por ahora conjeturales.
Entre las oscuras perspectivas que anticipa, se cuenta la emergencia de virus aéreos modificados por ingeniería genética capaces de borrar poblaciones enteras de la faz de la Tierra, nuevas técnicas que podrían cambiarnos la personalidad, amenazantes nanomáquinas autorreplicantes y computadoras superinteligentes e incontrolables.
Para Rees, hacia mediados de siglo viviremos de forma muy diferente a la actual, pero hay algo que seguro no va a cambiar: seguiremos cometiendo errores. El problema es que semejante poder tecnológico podría dar lugar a catástrofes por la acción de individuos malignos o, lo que es peor, por simple infortunio técnico.
"Los científicos son frecuentemente ciegos a las ramificaciones de sus propios descubrimientos -argumenta Rees, para probar nuestra extrema vulnerabilidad-. En 1937, la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos organizó un comité para predecir avances importantes. Acertó con algunos pronósticos sobre agricultura (...), pero lo notable es todo lo que no previó. No tuvo en cuenta la energía nuclear ni los antibióticos, ni los jets, ni los cohetes, ni las computadoras. El comité pasó por alto precisamente las tecnologías que dominaron la segunda mitad del Siglo XX. Ernest Rutherford, el más grande físico de su tiempo, menospreció la relevancia práctica de la energía nuclear. Los pioneros de la radio la consideraron un sustituto del telégrafo. El gran matemático John von Neumann y el fundador de IBM, Thomas J. Watson, creyeron que serían necesarias poco más que un puñado de computadoras en todo Estados Unidos."
Y más adelante Rees afirma: "Creo que no tenemos más que un cincuenta por ciento de posibilidades de que nuestra actual civilización sobreviva al final del presente siglo sin un contratiempo serio."
Es innegable que la aterradora elocuencia de estas hipótesis alcanza para inquietar hasta al más escéptico y plantea escenarios que sin duda habrá que tener en cuenta.
Al menos, si queremos que prevalezca el 50 por ciento de probabilidades que demuestre que Rees estaba equivocado...
(fin)
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