Aunque esta nota fue publicada el 6 de julio de 2006, tres días antes de la final de la Copa del Mundo Alemania 2006, hoy, luego del partido que jugaron Italia-Francia sigue vigente. Porque, como dice el periodista Sergio Danishewsky, autor de esta nota publicada en eld diario Clarín, de Buenos Aires, durante este mes que duró la competencia, “sentimos que se nos colaron para ver el partido en casa, nos tomaron el vermú y se fueron con la derrota, dejando todo tirado”. Lo bueno es que ahora “nos quedamos solos, bendito fútbol, con la pasión irredenta y la locura inentendible”.
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Mundial de fútbol: al fin solos
Ya está. Duró lo que dispusieron los penales y una troupe de expertos en marketing y desaforados varios. Aunque termina el domingo, el Mundial es pasado porque los fanáticos de ocasión se llevaron a otra parte ese fanatismo tan propio de quienes sólo lo desempolvan cada cuatro años.
Global o lo que sea, el Mundial mezcló en una misma pasión a los locos por el fútbol con los recién llegados a esta fiesta que acaso les pertenezca en la forma pero, que nos disculpen, acaso no en su esencia. Mientras duró, convivimos los millones a los que el fútbol nos quita el sueño con quienes admitían antes y volverán a admitir en breve que el sagrado juego los duerme, los aburre mientras idiotiza, dicen, a los otros. Si se cuentan las semanas previas —cosquilleo insoportable o fascinación iniciática—, fue un mes de mixtura de enfermos de la pelota con sorprendentes diplomados en offsides. Hubo que escuchar lapidarias críticas a jugadores cuyo valor estratégico resultó imposible de hacer entender. Leímos a feministas de ocasión, a las que el fútbol se las dejó picando para el denuesto. Venimos padeciendo a ciertos cronistas deportivos, pero ahora que los demás los descubrieron pareciera ser monopolio suyo la descalificación y nuestra la vergüenza por compartir su pasión y tolerarlos sin remedio.
Se terminó, entonces. Se callaron los publicistas que hicieron del Mundial una cuestión de consumo y honor, en ese orden. Se acabó el comentario pretencioso del novato, la sentencia del que no sabe si son once lo que juegan. Volvemos a asomar la cabeza los futboleros de alma. Los expertos en acomodar agendas para ver el partido que sea. No habríamos atajado un solo penal, pero nos ganamos el derecho a opinar a fuerza de tanto peregrinar por canchas mugrientas. Somos los que venimos disfrazando a nuestros hijos bastante antes del celeste y blanco. Sentimos que se nos colaron para ver el partido en casa, nos tomaron el vermú y se fueron con la derrota, dejando todo tirado. Nos quedamos solos, bendito fútbol, con la pasión irredenta y la locura inentendible. Los fanáticos de la Selección volverán puntualmente en 2010, a explicarnos en qué consiste el más maravilloso de los juegos.
(fin)
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