martes, febrero 14, 2006

"El intelectual también está obligado a callar"

Umberto Eco es uno de los intelectuales que admiro. En esta entrevista con Dino Messina, periodista del diario italiano Corriere della Sera, publicada por el diario La Nación, de Buenos Aires, el 14 de febrero de 2006, Eco opina sobre la Italia de Berlusconi y el rol del intelectual.

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"El intelectual también está obligado a callar"

“Era poco antes de Navidad y yo estaba reuniendo una serie de mis escritos inéditos de filosofía e historia de la semiótica que le había prometido a mi editor cuando, al recibir el pedido de algunos artículos publicados en el Corriere della Sera, me di cuenta de que era más urgente reunir mis artículos de estos últimos años, los de la época Bush-Berlusconi.” Sentado en el diván de la casa milanesa que da a los jardines encalados del Castello Sforzesco, Umberto Eco habla así de su nuevo libro. “A passo di gambero. Guerre calde e populismo mediatico” (“A paso de cangrejo. Guerras calientes y populismo mediático”), lanzado en Italia el miércoles pasado, en el que ha recogido artículos y ensayos inéditos, además de intervenciones en congresos. Todos los textos fueron escritos entre 2000 y 2005.
Cinco años de política y de costumbres según uno de los mayores escritores y ensayistas italianos, el más conocido en el extranjero, cuyo nombre aparece siempre cuando cualquier revista internacional publica la lista de los intelectuales más influyentes del mundo: el año pasado, el autor de “El nombre de la rosa” y del “Tratado de semiótica” se encontraba entre los primeros veinte de la lista compilada por la publicación estadounidense Foreign Policy.
Es natural que su nombre se cite en las discusiones acerca de la relación entre los intelectuales de izquierda y la política. El mismo ha dedicado a ese argumento algunas páginas de su nuevo volumen. "El intelectual -escribe Eco- desarrolla su propia función crítica no propagandística solamente (y ante todo) cuando sabe hablar contra su propia parte." Sin embargo, recientemente el filósofo Gianni Vattimo y otros intelectuales han acusado a Eco de atacar siempre al adversario político, Berlusconi, olvidándose de poner en evidencia a su propio bando político.
"Muchas veces -responde el profesor- me han acusado de callar, cuando eso no era así. Un escritor italiano, bastante importante, llegó a sostener una vez que no me había pronunciado en contra de la persecución de Salman Rushdie porque Rushdie había reseñado negativamente un libro mío. Respondí al periodista que me preguntaba por el motivo de esa acusación citándole todos mis artículos al respecto, las solicitadas firmadas, como, por ejemplo, una página entera de The New York Times pagada por escritores de todo el mundo. El periodista transmitió mi respuesta al acusador, que dijo: «No estoy obligado a leer todas las cosas que escribe Eco». Este gracioso episodio demuestra qué fácil es construir una leyenda. Por lo demás, por una módica cifra puedo sacar de mi computadora todas mis intervenciones críticas sobre la izquierda, empezando por un artículo de Quindici, la revista que dialogaba con la protesta, en el que atacaba el hábito de «ocupación» de las diversas instituciones culturales. En cuanto a la repetición de las críticas a Berlusconi, hay que preguntarse si la crítica política es lo que se repitió o si la repetición fue su comportamiento obsesivo. Mire, en los cinco años transcurridos, Italia ha entrado en el camino de la decadencia. Si seguimos así, nos convertiremos definitivamente en un país del Tercer Mundo. Imagínese si ante semejante riesgo me pusiera a hablar de la izquierda."
Por otra parte, Eco tiene sus propias ideas acerca de cuál debe ser la relación de los intelectuales con el silencio y con la palabra. "El intelectual no es un grillo parlante que deba pronunciarse sobre todos los temas, de modo que también tiene la obligación de callarse, sobre todo cuando se trata de cosas que no sabe", dice.

La historia avanza al revés
A paso de cangrejo: la imagen sintetiza un período en el que parece que la historia avanza al revés. De la Guerra Fría pasamos a la guerra de guerrillas en los Estados, y además, ha vuelto el saludo romano; asistimos al preocupante resurgimiento del antisemitismo; la geografía política europea parece ceñirse a los atlas diseñados antes de 1914; se presenta "una nueva temporada de las Cruzadas con el enfrentamiento entre el islam y la cristiandad". En este retorno al pasado, Italia ofrece una de las pocas novedades, con la instauración de "un régimen de populismo mediático", aunque Eco explica que usa el término "régimen" con la acepción neutra de "forma de gobierno".
La parte central del libro está dedicada, precisamente, a la "crónica de un régimen", incluyendo el "llamado a un referéndum moral" para las elecciones políticas de 2001, en el que Eco señalaba que en la derecha se podía distinguir un "electorado motivado" y un "electorado fascinado", categoría en la que entran los que "han fundado un sistema propio de valores a partir de la educación denigrada impartida durante décadas en la televisión... los que leen pocos periódicos y libros", los que no saben qué es The Economist y que cuando viajan en tren compran "indiferentemente una revista de derecha o de izquierda siempre que tenga un trasero en la tapa".
Eso le bastó al sociólogo de izquierda Lucal Ricolfi, autor del ensayo "¿Por qué somos antipáticos?" para acusar a Eco de ser el clásico intelectual que sufre del complejo de pertenecer a la mejor parte de la sociedad y de menospreciar a los que no piensan como él.
El escritor ha respondido con una frase en la que reivindicaba el derecho a la crítica, diciendo que suscitaba una "antipatía positiva".
"Me parece ingenuo -argumenta Eco- no entender la estrategia de la retórica, en el sentido más noble del término. No escribí ese artículo para convencer al electorado de no votar más a Berlusconi, sino para comunicar el sentido de urgencia al electorado poco motivado e indeciso de la izquierda. No me dirigía a algunos tratándolos de estúpidos, hubiera sido tonto hacerlo, sino que simplemente les decía a los indecisos que si no iban a votar existía el peligro de que triunfaran los otros. Es cierto, el tono parecía muy severo para los que habían decidido votar a la derecha, pero hay que entender que el que hace crítica de costumbres no es un adulador del príncipe, como Virgilio, sino más bien un fustigador, como Horacio: no se hace crítica de costumbres si no se habla mal de las costumbres vigentes, porque en ese caso se escriben, por ejemplos, sonetos para la boda de la princesa."
El nuevo libro de Eco no habla tanto de Berlusconi y Bush, de Ben Laden y del cardenal Ruini, sino de los interrogantes que se plantea un ciudadano a principios del siglo XXI, incluyendo el tema de la muerte, del juego, de la competencia entre países en el mundo global, de la espectacularización, o mejor dicho, de la carnavalización de la vida. Sin embargo, la política es el hilo conductor que recorre estas páginas divertidas y dramáticas, incluso cuando describe el rol de los cómicos o en la conversación sobre Italia con tres amigos extranjeros.
"En todos los países civilizados -prosigue Eco-, los cómicos actúan como aguijón, un estímulo, pero no mayor que el de los directores de los periódicos o los políticos. Es evidente que hay algo que no anda bien en nuestro país si los cómicos asumen el rol central de oposición. Y no digo que dejemos de prestar atención a los cómicos, sino que hay algo que no anda bien en los otros. Es evidente que con un ministro como Roberto Calderoli [ministro italiano para la Reforma Institucional], la oposición no pueden ser sino los cómicos."
De cáustico, su tono pasa a ser más amargo cuando se trata de la imagen de Italia en el extranjero: "Me invade una profunda humillación cuando soy objeto de tantas manifestaciones de afectuoso pesar".

El líder, el pueblo y la TV
Decidido crítico del "populismo mediático", sistema en el que el líder, pasando por encima del Parlamento, se dirige directamente al pueblo por televisión, o mejor, a una "ficción de pueblo", Eco, experto en comunicación masiva, no sabe si las últimas apariciones constantes en video beneficiarán a Berlusconi.
"Estoy dispuesto a pronunciarme después de ver encuestas serias. La técnica me parece siempre la misma: la provocación continua que arrincona al adversario. Pero también hay que estar atento a otra cosa que no es el exceso de palabras, sino también el exceso de silencio. Recientemente, ocurrió en Milán un hecho muy importante: se produjo una gran participación en las elecciones primarias de la izquierda por la candidatura de intendente de Milán, y ganó Bruno Ferrante. Al día siguiente, la noticia obviamente apareció en la primera página del Corriere, de La Repubblica y de otros diarios, pero en los noticieros televisivos la noticia no apareció o se le dio poca importancia. Quiero recordar un principio básico de la ciencia de la comunicación masiva: los medios masivos no crean opinión, sino que simplemente refuerzan la opinión existente. Si el electorado, por diversas razones, incluyendo las razones económicas, ha decidido abandonar a Berlusconi, el uso de la televisión no servirá de nada."
Si bien Berlusconi aparece mucho en video, también se cree en la izquierda que Prodi está adoptando una estrategia comunicativa excesivamente discreta. "Es muy aguda -dice Eco- la contraposición entre el gran comunicador Silvio Berlusconi y un Romano Prodi que no sabe hablar en público. Recuerdo algunos momentos de la campaña de 1996 en los que Prodi quedó sepultado por el exceso verbal de su adversario. Puede ser una buena estrategia imponer la imagen del político reflexivo que no cuenta chistes constantemente, como hace el otro. Una línea que puede estimular la idea de un Prodi poco televisivo."
En estas semanas preelectorales algunos han hablado incluso de una candidatura de Eco. Si se la ofrecieran, ¿qué rol le gustaría desempeñar?
"¿Por qué me ofrecerían una candidatura? El hecho de que uno sepa escribir un libro no significa que sepa dirigir un ministerio. Soy muy incompetente en cuanto a los temas de gestión. No veo por qué debería perjudicar a mi propio país."

(Recuadro)

Un largo corredor tapizado de libros del piso al techo, un gran estudio con tres gabinetes, dos computadoras y estantes blancos; un salón con cuadros modernos y bibliotecas antiguas. Se siente una gran emoción cuando, terminada la entrevista, Umberto Eco le muestra a este cronista su biblioteca personal.
Al menos treinta mil volúmenes ordenados por tema en su habitación milanesa, en el segundo piso de un edificio del 1800, frente al parque Sempione.
Un espacio que no es pequeño está dedicado a la obra de Eco y a sus decenas de traducciones.
Umberto Eco, especializado en semiótica y presidente de la Escuela Superior de Estudios Humanísticos de la Universidad de Bolonia, ha publicado cinco novelas: "El nombre de la rosa", "El péndulo de Foucault", "La isla del día de antes", "Baudolino", "La misteriosa llama de la reina Loana".
Entre sus ensayos se cuentan "Obra abierta" (1962), "Diario mínimo" (1963), "Tratado de semiótica general" (1975), "Kant y el ornitorrinco" e "Historia de la belleza" (2004).
Traducido a cerca de 40 idiomas, Eco ha vendido en el mundo unos 30 millones de ejemplares. ¿Su próxima obra? "Siempre tengo en danza estos textos inéditos de filosofía y semiótica, pero escribiré una historia de la fealdad", dice el escritor, que el 5 de enero cumplió 74 años.

(fin)

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